Por Sergio Ureta
Escritor – investigador científico
Médico-ginecológico
Autor de los libros “El ser humano una secuela del Big Bang”, “Inteligencia humana”, “Astrología, una verdad basada en la evidencia”

Poco se sabe del verdadero origen de las religiones. Los estudiosos señalan que la estructura y el comportamiento religioso es muy variable entre las distintas culturas que han emergido, sin embargo, la consciencia religiosa se encuentra en todas las grandes agrupaciones humanas.
El antropólogo cognitivo Dan Spencer sostiene que: “la cognición religiosa representa un producto colateral de las distintas adaptaciones evolutivas”. Y específicamente los científicos cognitivos estiman que la religión es consecuencia de la evolución cerebral, la cual, sin embargo aún es un enigma para la ciencia. En lo que sí coinciden es que el lenguaje fue un elemento esencial para desarrollar una cognición religiosa, ya que en homínidos anteriores (familia de primates) a Cromañón, solo se aprecian rituales primitivos, no estructurados.
Esto es claramente apreciable en los estudios antropológicos, pues podemos dimensionar que el australopiteco, el primer espécimen bipedestre en este planeta (homínido), apareció hace 4 millones de años teniendo un volumen cerebral de 350 cc. y permaneció si mayores cambios y sin elaborar ningún tipo de instrumento durante ¡2 millones de años!
Hay que hacer notar que este australopiteco era idéntico al chimpancé actual, solo que el foramen magnun, (el orificio de la base del cráneo, donde se conecta con la columna) en el primero estaba ubicada más anterior, lo cual le permitía estar de pie. Posteriormente evolucionó el género Homo, denominado así porque se encontraron herramientas primitivas en su entorno; el primero de éste fue Homo habilis, que tenía una masa encefálica de 650 cc. Y así aumentó progresivamente esta masa, pues en el Homo erectus alcanzaría los 1.000 cc y fueron quienes lograron controlar el fuego para abrigarse y cocinar sus alimentos, pero curiosamente no existe ningún vestigio de algún ritual religioso, hasta alcanzar el Homo Neanderthalensis (Neandertal), que alcanzó los 1.750 cc de m.e. un especimen del cual hay bastante certeza que no tenía un lenguaje articulado, sino que emitía ruidos guturales (su laringe estaba más ascendida que el Homo sapiens actual), era semejante a la de chimpancé, que por esta ubicación de la laringe no pueden emitir la vocal i ni la vocal e, y parcialmente la a, solo emiten la o y la u, por lo que su lenguaje debió ser muy primitivo.
Pese a que ya Neandertal y otros homínidos anteriores enterraba a sus muertos, no hay certeza de que correspondiera a algún tipo de ritual religioso, o que lo hicieran pensando en “un más allá”.
Cromañón, pese a tener una m.e. de 1.450, mucho menor que Neandertal, tenía mucho más circunvoluciones y un lóbulo frontal más prominente, lo hizo inteligente, sin embargo, uno de los grandes descubrimientos actuales, es la presencia de un área en el lóbulo parietal, que se denominó como precúnea, que no existiría en animales ni homínidos anteriores (está en estudio), y pareciera que esta zona es fundamental para dos hechos exclusivos de la especie humana: la inteligencia abstracta y una eventual conexión con un ente superior.
Cabe señalar que esto lo menciono de un punto de vista absolutamente agnóstico, es decir, sin estar convencido de la existencia o no de una deidad suprema.
Asimismo se está evidenciando en muchos trabajos científicos, que se ha medido la función de esta zona y destaca su actividad cuando se está desarrollando una acción intelectual que requiere mucha abstracción como operaciones matemáticas de alta especialización.
Otra curiosidad al respecto es que fue la única diferencia que se le encontró al cerebro de Einstein cuando fue estudiado. Anatómicamente no tenía ninguna otra diferencia con cerebros de personas fallecidas de su misma edad y misma contextura, solo tenía esta área muy desarrollada.
Lo otro relevante de esta zona es la relación con lo religioso, aunque hasta ahora los ateos señalaban que la fe y los actos religiosos tendrían que asociarse a un tipo de sentimiento especial.
Otra curiosidad es que N. P. Azari y J. Nickel junto con otros otros científicos del Departamento de Neurología del Hospital Universitario de Düsseldorf, Alemania, realizaron un trabajo que luego publicarían con el título de “Correlatos neurales en la experiencia religiosa”. En ellos relatan el  estudio del cerebro de evangélicos ortodoxos, es decir, creyentes en su máxima expresión, tanto en la expresión de sus rituales como del comportamiento en sus vidas cotidianas, consideradas intachables. Se les realizó una tomografía de emisión de positrones (PET), que es una tecnología avanzada de la medicina nuclear. Se registraron los instantes cuando meditaban o rezaban sus salmos en silencio, que por cierto es un acto de alta connotación religiosa para estos evangélicos.
La sorpresa de estos investigadores fue que en esos instantes de concentración, el PET manifestaba una gran actividad del centro precúneo, el cual enviaba muchas conexiones a la corteza prefrontal (un área que también está más desarrollada en sapiens). Además se apreció que no había ninguna conexión con el sistema límbico, que es el área encargada de los sentimientos en las personas.
Con este trabajo descartaron la teoría de los ateos que: “creer en Dios” sea producto de un acto emocional o instintivo, que escapa al raciocinio formal, sino que por el contrario, estaría dentro de una inteligencia abstracta de alta significación.

*Del libro “Teoría de una deidad suprema” pronto a publicar.

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