Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga Ediciones

Fue durante el otoño de 1996 cuando a la oficina de Cultura del entonces diario La Nación llegó a mis manos un cable donde se informaba que el poeta Jorge Teillier había muerto tras una semana de agonía en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Eran pasadas las 10 de la mañana.  Miré el anquilosado computador y derramé un par de lágrimas. Mi rockstar no era un músico, sino un poeta, y ese poeta se iba a los 60 años y yo no había podido entrevistarlo de frente (un par de frases por teléfono, una pregunta a viva voz en un charla masiva)
A la misma hora del día siguiente yo estaba llegando a la Ligua para ser parte de su funeral. En esa zona de la cuarta región vivía hacía más de una década con quien fuera su última mujer, la escultora Cristina Wenke. El llamado Molino del Ingenio sería su morada en los meses tranquilos sin crisis hepáticas, el otro tiempo lo pasaría en un departamento de una pequeña calle de la comuna de Las Condes.“Estoy viviendo frente a un molino y una higuera, como René Char, el último de los grandes surrealistas, el lugar se llama «El molino del ingenio» y fue fundado por Gonzalo de los Ríos, abuelo de la Quintrala, nuestra marquesa de Sade, que fuera dueña en el siglo XVII de estos dominios situados hoy día entre la Ligua y Cabildo”. “Cabildo, es  un pueblo de mineros y de prostíbulos, con mucho carácter, las carnicerías se llaman “el suspiro”, “el pequeñito”, “la caricia” «, le escribía Teillier a un amigo.
Ese día, con viento y aire de otoño, se hizo un responso religioso, luego en las faldas de un recién inaugurado cementerio, algunos poetas declamarían, otros cantarían, otros mirarían como esperando «algo». Recuerdo a Miguel Serrano, quien manifestó su admiración literaria, y habló del rescate que hacía Teillier de lo mítico, de la reivindicación a la tierra, la primera, la de la infancia, la más simple y por tanto, quizá la más hermosa.
Tras su muerte los libros de Jorge Teillier que casi no se editaban hasta antes de 1996, fueron objeto de un inusitado interés que obligó a las editoriales a hacerse cargo con ensayos, libros objetos y reediciones. Al parecer mientras él estuvo vivo, no sabían que este poeta era un mítico artista para cientos y cientos de jóvenes en Chile y esos lectores lo estaban esperando.

Escribir poesía de la mano de la historia

Jorge Teillier Sandoval (1935- 1996) nació en Lautaro el mismo día en que murió Carlos Gardel. Hasta su adolescencia vivió en Traiguén, tierra de barro y de verde intenso, donde confluía la cosmovisión mapuche como la de chilenos e inmigrantes. Era la Frontera.
“Mis abuelos llegaron a Quillón el año 1885. Eran unos 600 colonos. El gobierno les entregó cuarenta hectáreas, unas yuntas de bueyes, instrumentos de trabajo, materiales para construirse una casa; no una casa construida. También les dieron semillas para que se las arreglaran, pero ellos vinieron engañados…les aseguraron que Chile era un país de viñas y como ellos eran agricultores de Bordeaux, especializados en viñedos, se interesaron, pero llegaron aquí a una zona donde las tierras estaban recién cultivadas…, mi abuelo nació en 1854, el mismo año que Rimbaud; mi abuela en 1863 en Ruffec. Estaban los franceses acampando con sus carretas y aparecen los mapuches, no muy amistosos que digamos, para preguntar de qué se trataba; les preguntaron si eran españoles o chilenos. Les contestaron que eran franceses, pensando que era lo mismo que decir venimos de la luna. Entonces el emisario se fue y volvió con quince caciques principales a preguntarles si venían de parte del rey…Orelie Antoine. Hacía como quince años que el rey les había prometido que los iba a liberar de los chilenos. Pensaron que era un ejército francés ( ni siquiera sé si esa historia es verídica…)»
Su acercamiento a la capital se produjo cuando decidió estudiar Historia. Entró entonces al Instituto Pedagógico que en aquellos años dependía de la Universidad de Chile (1953) “Lo que pasa es que estaba programado para estudiar historia, así como hay gente que está programada para ser delincuente. Era una vocación desde niño. Creo que los profesores primarios influían mucho, todos transmitían muy bien la historia de Chile y también la poesía, la literatura. Yo quería saber cómo eran los pueblos, lo que había pasado en el mundo. En cambio la literatura es sólo técnica» (Conversaciones con Jorge Teillier. Carlos Olivares -1993)
Fueron esos años universitarios cuando se rodeó también de sus pares literarios y así conocería parte de la bohemia santiaguina. Sin embargo prueba retornar a Lautaro y ser profesor en el Liceo de hombres del pueblo, lo que no duró mucho tiempo, pues a poco andar  ya estaba trabajando en la elaboración del Boletín de la Universidad de Chile y elaborando junto al poeta colombiano Jorge Vélez su primer proyecto literario: La Revista Orfeo (octubre de 1963), en ambos escritos no sólo daba cuenta de sus dotes poéticas sino también sus reflexiones intelectuales .
“Orfeo es un testimonio de amor a la poesía y no está al servicio de generaciones, grupos o promociones, términos todos que creemos ya superados, así como debe superarse cualquier encasillamiento o estériles luchas literarias. Queremos modestamente contribuir a la misión  del poeta de hoy: encontrar un lenguaje de entendimiento común para los hombres a través de una coordenada que va desde el canto de hombre primitivo hasta el del poeta actual…, confiamos en que nuestro trabajo será comprendido y estimulado por aquellos para quienes la poesía no es un lujo o una retórica, sino una actitud vital». Después de 15 números, el poeta empieza a alejarse del proyecto por diferencias de estilo: «Vélez por desgracia se rodeó de un equipo de gente «figurona» y mercantil con los cuales no puedo de modo alguno mezclarme”.
Por una confluencia cronológica y el espíritu artístico que lo rodeaba, fue parte de la llamada Generación del ´50, bautizada por Enrique Lafourcade, y donde participaron también Enrique Lihn, Alfonso Calderón, Antonio Avaria, Claudio Giaconi.
Buenmozo y galante, su vida literaria fue de la mano de compañeras. A los 19 años conoce, se enamora y se casa con Sybilla Arredondo, una mujer con fuerza intelectual y política, comprometida con la izquierda revolucionaria que lograba cada vez más presencia en América Latina. Con ella tendría sus dos únicos hijos, Carolina y Sebastián. Fueron cuatro años de amor y compañerismo en una casa de Ñuñoa, donde llegaban amigos, artistas e intelectuales. Pero ese amor sería interrumpido en un comida social, cuando Sybilla conoce al escritor e intelectual peruano José María Arguedes «estábamos en un lugar que quedaba en Vicuña Mackenna con la Alameda y nos sentamos a tomar ron con unos cubanos. De pronto, pasa Alejo Carpentier, que había venido a un encuentro de escritores, nos dio la mano (recuerdo que era una mano muy fría, era un hombre distante, poco amigo de perder el tiempo) y de ahí vino la amistad con Arguedes», recordaba Alfonso Calderón.
Pero tiempo después conoce en un encuentro de poesía a la novia de su amigo el poeta Enrique Lihn. Ella era una joven estudiante de Bellas Artes llamada Beatriz Ortiz de Zárate; enamorados, pasan diez años juntos (1962-1973). «En esta casa nos casamos y nos separamos. Yo tocaba el piano cuando venían Jorge con sus amigos, venía Calderón, Rolando Cárdenas… Una vez pasé a la Unión Chica, y Jorge estaba con un boxeador y con un tipo que yo conocía y ellos festejaban que yo no bebiera y vi que Teillier hacía lo mismo que hacía Teófilo Cid al reunir a jóvenes en torno de sus conversaciones», indicó la pintora en una entrevista  (2000), donde también me confesaría que no pudo con el alcoholismo del poeta, y que de a poco fue alejándose de él y de la casa que ambos compartían en La Reina.
Según recordaba Beatriz, para el poeta esta separación sería un gran golpe, y para ella un dolor en silencio: «Jorge Teillier fue mi único gran amor».
Fue Cristina Wenke quien vive los últimos años de vida del poeta, quizá los más complejos, dolorosos y agotadores a nivel personal. El no dejaba de escribir, pero tampoco dejaba el alcohol que le estaba destruyendo la vida. Sus padres ya habían muerto y él no alcanzaba a cumplir los 61 años.

Un gran poema en diversos libros
A los 20 años Teillier publica su primer libro al que llamó “Para ángeles y gorriones” (año 1956); en él, reunía poemas escritos en su primera adolescencia. Se distribuyeron cerca de 400 ejemplares, pero darían cuenta de un sello y una consistencia que se mantendría a lo largo de su obra, el denominado «larismo», es decir, el contenido de una propuesta estética limpia, sencilla y profunda, la cual se vería en la publicación de 14 libros, (dos póstumos)
«Esta forma de entender y crear la poesía se caracteriza por la vuelta hacia el pasado, a un paraíso perdido en el cual lo cotidiano y lo amable contrastan con la modernidad imperante en la época. Teillier hace hincapié en la búsqueda de los valores del paisaje, de la aldea y de la provincia, donde confluyen imágenes nostálgicas de la infancia perdida y de la naturaleza primigenia del mito», se escribió de él.
Después vendrían «El cielo cae con las hojas» (1958); «Los trenes de la noche» (1964); «El árbol de la memoria» (1961); «Crónica del forastero» (1968); «Poemas del país de nunca jamás» (1963); «Poemas secretos» (1965); «Muertes y maravillas» (1971); «Para un pueblo fantasma» (1978); «Cartas para reinas de otras primaveras» (1985); «Un Molino y la Higuera» (1992, dedicado a su hermano Iván); «Hotel Nube» (1996); «En el mudo corazón del bosque» (1997)
«Nuestra amistad duró casi diez años -contaba Alfonso Calderón-, entre 1958 a 1968. Recuerdo que fuimos a conversar a una cervecería, muy largo. Teillier era melancólico, algo somnoliento, con una lentitud sureña, del que está la mitad afuera y la mitad adentro, y para quien no es sureño es un misterio, no entiende, pero uno, sabe que los silencios son intencionados y tienen una carga exactamente igual a la energía que pasa por las patas de un jilguero que se para sobre un poste eléctrico. Ésa es la sensación que yo tengo de él. Compartíamos algunas cosas comunes, como la amistad de Teófilo Cid, quien era para Jorge un gran maestro de vida y de destrucción y para mí era un mito de la generación del ´38. Cid tenía su ágora en una fuente de soda, que se encontraba en calle huérfanos. Ahí llegaba en las mañanas a esperar a los amigos. Era muy pobre, incluso dormía  frente a la Biblioteca Nacional tapado por diarios; venía a la biblioteca en las tardes, después se iba a un rotativo de cuatro  o cinco películas, después esperaba a amigos de bar y a veces, lo llevaban a un bar que quedaba en San Antonio al frente de lo que es hoy las tiendas de Almacenes París. Teillier iba donde Cid, como aquel que admira a un violinista y va a sus conciertos y a sus ensayos».

Los últimos años de vida

«Una de las crisis más graves que tuvo Jorge fue en 1993, lo internaron en la clínica de la católica, era el día de su cumpleaños, el 24 de junio, yo lo llamé como a las 8 de la mañana para saludarlo y después lo fui a ver. No me dejaron entrar, sólo escuché que Cristina me dijo “reza por él, vas a tener que rezar mucho por él», recuerda Beatriz. Pero en ese tiempo el que fallece es su hermano, Iván Teillier, por consecuencia de su alcoholismo.
Después de esa crisis , Teillier logró recuperarse de la descompensación de su cirrosis terminal. Nadie lo creía, pero pudo dejar el alcohol: muchos amigos lo recuerdan fresco y lúcido. Luego, recae y su hígado ya no puede reconstruirse más. «La última semana de Jorge en Santiago fue como si ya supiera que le quedaban pocos días. Fue a despedirse de Beatriz Ortiz de Zárate, su segunda esposa, en la comuna de La Reina, como en los buenos tiempos», recuerda el escritor Francisco Véjar.
«Antes de que Jorge fuera internado en Viña del Mar, fue a visitarme, yo preparaba una exposición de pinturas, se los mostré. Conversamos en el patio y en el living; los muebles fueron los testigos de esta inesperada despedida», relata Beatriz.

«Teillier me llamó por teléfono la noche del 15 de abril de 1996 y hablamos una hora. Fue una conversación profunda en torno a las cosas que yo quería hacer en el futuro. Me pidió expresamente que armara lo antes posible el libro «Hotel Nube» y se lo mandara, como habíamos quedado, al poeta Omar Lara. Éste, en su rol de editor, lo llamaba mucho por esos días y Teillier se sentía presionado, pero debía cumplir su palabra y me pidió que hiciera una selección de poemas inéditos: una cantidad razonable pero no desbordante, porque el material principal de los inéditos estaba destinado a «En el mudo corazón del bosque», otro libro en que trabajábamos juntos. Le dije: “descuida, mañana a primera hora envío «Hotel Nube» a Omar Lara”, señalaba Véjar en una entrevista.
«Creo que siempre quiso recuperar su infancia y ser siempre joven. Jorge en cada uno de sus momentos, en cada página fue poniendo esos recuerdos, que al final hacen tanto daño de tanto mirar hacia atrás y no hacia delante», reflexionaba Alfonso Calderón.

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