Por Álvaro Santi

Wikipedia define una «superstición» como la creencia contraria a la razón, que atribuye una explicación mágica a la generación de los fenómenos, procesos y sus relaciones. Lo interesante de todo esto es que gran parte de las supersticiones se originan en una situación que se significa de una determinada manera y se transforma en una tradición reforzada con el tiempo. Tal es el caso de la conocida superstición de la sal derramada, hecho que se asocia con la escasez. Pero el origen es más bien histórico y no supersticioso, pues surge porque este producto natural se utilizaba como dinero en tiempos antiguos y de hecho por esto deriva en la palabra salario. Sin embargo, actualmente no utilizamos la sal como dinero y la tradición supersticiosa nos conduce a temer una pérdida material cada vez que por error se nos cae del recipiente.

De la misma forma ocurre con las tradiciones que heredamos de nuestra familia. Aunque para nosotros un acontecimiento no represente lo mismo que representó para nuestros antepasados, el instinto de conservación de nuestro árbol nos impulsará a continuar la tradición, evitando, de esa forma, el riesgo que podría significar cortar la cadena y entrar en un ciclo de incertidumbre.

Hace un par de semanas recibí en mi consulta a una mujer cuya abuela materna se había casado llevando el rosario de su madre en la mano izquierda. Esta tradición, iniciada por la bisabuela de mi consultante, había surgido de una culpa por haber contraído matrimonio sin olvidar del todo a un amor pasado. Una monja, cercana a la familia, le aconsejó llevar un rosario oculto bajo el guante de la mano izquierda apretándolo de tal manera que la cruz metálica dejara una marca en su palma. Este creativo ejercicio le permitiría a la bisabuela recibir el dolor de Cristo para redimir el propio.

Dicha táctica se transformó en una tradición de las mujeres de la familia como un símbolo de entrega y compromiso a sus esposos y como una manera de proteger el matrimonio de la amenaza de terceros. Nadie había roto la cadena hasta que llegó el día del matrimonio de mi consultante y el rosario que todas las mujeres habían exprimido en sus manos desapareció misteriosamente. Así, mi consultante tuvo que casarse «sin la protección familiar», sintiendo miedo e incluso algo de culpa. Dos años después, la reaparición de un ex y una infidelidad de su marido la sumergieron en una profunda sensación de inseguridad. Le aconsejé entonces un acto simbólico para que su inconsciente se liberara del peso de esta nefasta tradición familiar, pagando  las mujeres, la culpa que su bisabuela cargaba.

En este contexto, creo importante conocer y analizar nuestra biografía familiar, pues puede resultar de gran ayuda para ser conscientes del peso transgeneracional con el que cargamos y que, por lo general, resulta ser una limitante para nuestras posibilidades.

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