Desde Estados Unidos
Por Julio Henríquez Munita
Escritor

Times Square, es quizás el lugar más conocido de Manhattan. Para muchos es el centro neurálgico de la ciudad de Nueva York o incluso ¡del mundo! Así, cada año se vuelve una tradición que la gente llegue a este punto para recibir el nuevo año. En su zona cohabitan tiendas comerciales, teatros, hoteles y bares. Una de las cosas más llamativas del lugar son sus luces de neón (ahora LED), que publicitan comercios y espectáculos. Pero hay otros elementos tanto o más significativos: los animales nocturnos vestidos de humanos que habitan su noche.

Salimos, yo y mi esposa, del hotel rumbo a Time Square. Si bien es de noche, al llegar a la zona de interés, las luces de los letreros publicitarios son tan fuertes que iluminan el área como si fuera de día. Decenas de pantallas HD compiten con cientos de luces. La comparación con Las Vegas es inevitable. Las calles, atestadas de gente parecen emular una peregrinación, pero no hay destino conocido, menos una Meca o un santuario. Son y somos hordas de personas buscando absorber todo lo que nuestros sentidos puedan atrapar.

Ahí está, por ejemplo, la estatua gigante del marinero besando a la enfermera. Bajo sus pies, una pareja de jóvenes trata de replicar el beso, tan absortos en su historia, que no se dan cuenta que impiden el paso de una radio patrulla, cuyos policías en su interior buscan posicionar su caballo de metal en plena vereda.

Un poco más allá, una escultural mujer cubierta solamente con pintura en sus partes nobles, se saca fotografías con cada hombre que quiera pagar algunos dólares. Con cada instantánea ella sonríe en una suerte de gesto automático, vacío, como si parte de ella no estuviera ahí.

Por el frente, un enmascarado con un trabajado tórax y una barriga cervecera, estira una cuerda de ejercicios, haciendo danzar sus pectorales al ritmo de una canción heavy metal. Intento encontrar los ojos de ese ser a través de los orificios de la máscara, pero ya sea por los efectos de la luz artificial o la posición del hombre, no encuentro nada, excepto dos concavidades oscuras.

Luego de un rato, en una esquina decidimos comer en un bufete nocturno, sus empleados parecen seres que sólo viven de noche. Me siento agotado, sólo quiero regresar a casa. ¿Cuál es mi casa le pregunto a ella en silencio?… Ella toma mi mano y nos marchamos.

El regreso al hotel está marcado por construcciones o deconstrucciones que no parecen tener una fecha de término. Por las calles emergen en procesión patrullas policiacas, haciendo sonar sus sirenas como si sólo ellos ( los policias) existieran, o peor aún, como si estuvieran anunciando algún tipo de Apocalipsis. A escasas cuadras de nuestro destino descubrimos una hilera de taxis esperando a los clientes que visitan un club nocturno de la zona, probablemente una ciudadela subterránea donde rigen otras leyes físicas. Uno de los taxistas sostiene un puro con una sonrisa de triunfo o de desafío, me hace mirarlo con detención. Luego veo un joven afroamericano haciendo flexiones de brazo, colgado del soporte vertical de un semáforo.

Ya en el hotel, la puerta de la habitación se abre. En el cuarto minúsculo, el ruido de afuera entra como un caudal de agua desatado. Intuyo que el descanso será mínimo. Me siento intoxicado con imágenes y ruidos. Sospecho que me perseguirán en mis sueños y mis pesadillas, pero ya no me importa, estoy en la cama y tomo la ma mano de mi esposa. Amanecerá pronto.

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