Valeria Solís T.

Directora Mirada Maga Ediciones

El enigmático fotógrafo Sergio Larraín que deambuló por los escenarios del glamour y la historia europea a través de Magnum, la más importante agencia fotográfica, tras 15 años y en medio del peak de su carrera dejó a un lado la cámara fotográfica y se vino a Chile. Buscó por dos años el lugar ideal para plasmar su vida diametralmente opuesta y lo encontró: Tulahuen, un escenario ubicado en la cuarta región donde pasaría los siguientes 40 años junto a su hijo menor, en un cálido silencio; sintiendo quizá el palpitar de Dios en la más genuina naturaleza.

A los 81 años, el 7 de febrero de 2012, Larraín dejó de existir, pero antes pidió a sus cercanos un encargo: «ser sepultado en tierra».

Dejaba atrás imágenes captadas con su Leica III de 35 milímetros como los niños en la rivera del Mapocho; las niñas deambulando por los cerros de Valparaíso y varios aciertos que colmarían las portadas Paris Match, Life o el New York Times, pero también dejaría atrás de sí, el misterio sobre su camino espiritual, plasmado, de alguna manera, en unos libros, de poco más de 200 páginas, de pequeño formato dedicados al kinder planetario y donde se instan en sus páginas finales a dar fotocopias y hacerlos circular. En ellos, a través de versos o prosa, desarrolla las más profundas reflexiones, en algunos casos, incluso, con cierto humor y en otros con urgencia, quienes lo conocieron de cerca sabían que le preocupaba que las personas “despertaran”.

Hijo del prestigioso arquitecto impulsor del modernismo y coleccionista, Sergio Larraín García Moreno, Larraín era de joven conocido como el Queco, un apodo que siguieron manteniendo sus cercanos. Uno de ellos fue, el escritor y premio Cervantes, Jorge Edwards quien escribiría días después de su muerte: …después recuerdo lo siguiente: entrar a una casa del final de Providencia, de los alrededores del canal San Carlos, y notar con el rabillo del ojo que en uno de los árboles del jardín, en una plataforma de madera empotrada entre las ramas, a tres o cuatro metros de altura, hay un adolescente que se mueve, que observa desde arriba. Era una mirada que ensayaba una perspectiva diferente, que contemplaba el mundo desde una relativa altura, desde un escondite que no bastaba para esconderse del todo, pero que inventaba otro espacio” -y continuaba- “uno de los adolescentes que habían recibido al poeta Neruda con cara de curiosidad, sin asombro, con expectativas, pero sin mayor entusiasmo, era el hijo del dueño de casa, homónimo suyo, Sergio Larraín, a quien todos conocíamos como el Queco”, según la mirada del tiempo, su amigo escritor lo recuerda ahora como el adolescente de 14 años que se proponía mirar el mundo y sus habitantes de otra manera, “desde su intimidad, desde su refugio privado. No es extraño que haya dedicado parte de su vida al arte de la fotografía, con resultados sorprendentes, y tiene una lógica, una coherencia, el hecho de que más tarde haya renunciado a su tarea y haya preferido practicar una mirada más amplia, menos encasillada, universal, cosmogónica, de una libertad absoluta”.

En Busca de la imagen perfecta

No fue su primera opción la fotografía, sino salir de la casa paterna, por lo cual optó por irse a Estados Unidos y estudiar ingeniería forestal, impulso que solo duró dos años. Buscó entonces una cámara fotográfica y una flauta, para, según dicen, poder ganarse la vida. En eso estaba cuando le avisaron que su hermano menor había muerto tras caer de un caballo. Él tomaría un barco carbonero camino a Santiago. Su familia estaba golpeada, su madre, Pin Echeñique, haría votos de pobreza, pero luego la familia decide irse a Europa para enfrentar el dolor. Ahí el entonces artista decide alejarse de su familia y buscar su propio refugio donde profundizaría en la filosofía y el misticismo. Algo ocurre en su interior.

Según le contaba al escritor José Donoso en una entrevista a comienzos de los ‘60 (recogida en el libro “el escribidor intruso”) se rapó la cabeza, las cejas y se aisló en una parcela en La Reina, también hacía fotografías, impulsado por su amigo Jorge Opazo: Tenía 21 años, regalé todo, ropa, libros, fotos e hice voto de castidad. Pensaba: “cuando reparas en algo no te puedes arrojar al todo”. En ese estado de misticismo me vi obligado a hacer el servicio militar en los Andes. Eso y mi primer amor, que sucedió en esa época, me hicieron volver a la realidad. En el regimiento me sentí apaleado y humillado, y lo único a lo que aspiraba era a un poco de tranquilidad. Mi seguridad en mí mismo y mi vocación de santo quedaron completamente quebradas”.

Su afición por la fotografía creció y años más tarde (1958) vuelve a Europa, solo, con una beca por tres meses para estudiar fotografía en Londres, pero antes ya había registrado Chiloé, Bolivia, Brasil y personajes como Pablo Neruda, material que llevaba consigo para mostrarlo a quien sería su meta, un verdadero genio de la fotografía: Henri Cartier Bresson, uno de los más importantes fotógrafos contemporáneos quien con el fotógrafo de guerra Capa, daban forma a la agencia fotográfica más prestigiosa del mundo: Magnum (desde su fundación sólo han ingresado 60 fotógrafos). Ahí, en pleno París se tomaría a pulso y por asalto inspirador las portadas de las prestigiosas revistas Life y Paris Match con aciertos históricos.

En efecto, estando aún a prueba para Magnum retrata a Roberto Rossellini lo que le valdrían varias publicaciones en Europa, pero fue el capo de la mafia siciliana el que le permitiría entrar a las filas definitivas de la agencia. Un trabajo arduo, y peligroso: llegar a la intimidad Giuseppe Russo. Tres meses estuvo Larraín recorriendo calles antes de conocer y ganar la confianza del italiano y lograr una deseada imagen íntima: el capo de la mafia siciliana durmiendo en un sillón de su casa en el poblado Caltanissetta. Se publican un reportaje fotográfico con 50 imágenes a color.
Las puertas de la fotografía europea se le abrirían a Larraín de par en par: “estoy nervioso, porque me han publicado un reportaje en Match, porque he estado en la Vía Veneto, donde está todo el mundo brillante de Roma y los fotógrafos me han recibido bien, muy amistosamente ( la aristocracia de la Mágnum) y he estado con las divas y vedettes…tirito y miro las fotos del Paris Match, (que son sanas y fuertes sin ser bellas, bastante primarias) y esas fotos que casi no me doy cuenta en el momento en que las he tomado, se me hacen importantes y las distingo de las de los otros…toda esa emoción…el Yo”, le escribiría a su amiga la pintora Carmen Silva.
Después vendrían otros aciertos para la farándula internacional como Farah Diba probándose la corona antes de contraer nupcias con el shá de Irán (1961) o el reportaje gráfico para el New York Times de los ataques en Argelia. Pero Larraín se inquietaba con otras realidades más personales.

Más de una década en medio del glamour, cuando estaba en la cima de su carrera como fotógrafo, no era posible imaginar que Larraín volvería a dejarlo todo, e incluso, quisiera llevarse sus negativos para quemarlos.

En su primer libro (1963) “El rectángulo en la mano” algo explica: “Es en mi interior que busco las fotografías cuando con la cámara en la mano paseo la vista por fuera, puedo solidificar ese mundo de fantasmas cuando encuentro que algo tiene resonancia en mí”.

Su retiro se reinicia en 1968 cuando conoce al boliviano Óscar Ichazo y se instala en Arica para “iniciar el camino” y dejar todo. Su amigo Teco Huneeus contaría a un periodista “con el Queco nos preparamos varios meses para ir a Arica. Hicimos yoga, Kung fu y fuimos a sicoterapia. Teníamos la expectativa de saltar a otro nivel de conciencia. El queco siempre fue un místico, siempre quería encontrar a Dios”. En Arica habría vivido en una casa en el valle de Azapa donde el grupo se reunía a hacer ejercicios espirituales. En ese contexto conocería a su última mujer Paz Huneeus con quien compartió 7 años (su primera esposa franco peruana tendría una hija: Gregoria, pintora). Ella contaba a un diario que su cercanía con Ichazo estuvo bien hasta que la relación se puso tensa, pues el gurú comenzó a burlarse de Larraín “Le decía ‘este fanático, este católico tan curruchupa’. Le había puesto un sobrenombre ‘hermano rabanito’ para reírse y todos le decían así. Y eso él nunca lo aceptó, se moría de vergüenza”, explicaba Paz a un diario.
Las cartas, un hilo de conexión

Quienes lo conocieron cuentan que nunca dejaría de escribirse con Henri Cartier Bresson hasta su muerte. Un detalle no menor, pues curiosamente, Larraín, recluido en un silencio compartido con los poco más de mil habitantes del pequeño poblado cercano a Ovalle, solía mantener correspondencia con varias personas de manera frecuente, se cuentan periodistas, familiares, artistas, amigos. “El estaba preocupado sobre lo que pasaba en el mundo buscando soluciones. Leí un par de cartas donde decía que era necesario replantear la estructuración de la sociedad, algo así como la creación de grupos interdisciplinarios para gobernar pequeñas comunidades. Médicos, matronas, grupo interdisciplinarios, que dictaran las líneas de la comunidad, incluso hablaba de que se instalara una especie de buzón de cartas dejando las peticiones u observaciones Escribía cartas donde conminaba a crear una nueva cultura y en cierta medida decía que los periodistas tenían que crear una nueva cultura distinta que allanara el camino para avanzar de esa manera y no fueran los intereses económicos los que primaran dentro de la sociedad”, cuenta el escritor y periodista Marcelo Simonetti.

El viernes 3 de abril de 2009, su sobrino Sebastián Donoso Larraín, en una charla muestra a unos novatos periodistas una carta enviada en 1982 por su tío cuando Sebastián estaba lleno de preguntas; un escrito conmovedor donde las lecciones de fotografía terminan siendo lecciones de vida.

“El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaíso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, DEJARSE LLEVAR por el gusto, mucho ir de una parte a otra, por donde te vaya tincando. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones, las tomas”.

“…Cuando se te hace seguro que una foto es mala, al canasto al tiro. La mejor las subes un poco más alto en la pared, al final guardas las buenas y nada más (guardar lo mediocre te estanca en lo mediocre). En el tope nada más lo que se guarda, todo lo demás se bota, porque uno carga en la psiquis todo lo que retiene”.

“Luego haces gimnasia, te entretienes en otras cosas y no te preocupas más. Empiezas a mirar el trabajo de otros fotógrafos y a buscar lo bueno en todo lo que encuentres: libros, revistas, etc. y sacas lo mejor, y si puedes recortar, sacas lo bueno y lo vas pegando en la pared al lado de lo tuyo, y si no puedes recortar, abres el libro o las revistas en las páginas de las cosas buenas y lo dejas abierto en exposición. Luego lo dejas semanas, meses, mientras te dé, uno se demora mucho en ver, pero poco a poco se te va entregando el secreto y vas viendo lo que es bueno y la profundidad de cada cosa”.

Y concluye la carta diciendo: “Sigue lo que es tu gusto y nada más. No le creas más que a tu gusto, tú eres la vida y la vida es la que se escoge. Lo que no te guste a ti, no lo veas, no sirve. Tú eres el único criterio, pero ve de todos los demás. Vas aprendiendo, cuando tengas una foto realmente buena, la amplias, haces una pequeña exposición o un librito, lo mandas a empastar y con eso vas estableciendo un piso, al mostrarla te ubicas de lo que son, según lo veas frente a los demás, ahí lo sientes. Hacer una exposición es dar algo, como dar de comer, es bueno para los demás que se les muestre algo hecho con trabajo y gusto. No es lucirse uno, hace bien, es sano para todos y a ti te hace bien porque te va chequeando. Bueno, con esto tienes para comenzar…”

“El fotógrafo de Dios”, la novela de Marcelo Simonetti

Se cuenta que el protagonista del cuento “Las babas del diablo” de Julio Cortázar estaba inspirado en la historia de Sergio Larraín, es que este hombre que apenas se dejó fotografiar o ver por otros, siguió llamando la atención a lo largo de su vida, ya sea por curiosidad o admiración.

En Chile, Marcelo Simonetti, periodista y escritor, (premio casa las Américas) desde que estaba en la universidad sintió un particular gustillo por saber qué pudo haber pasado por la cabeza o la vida de alguien que desde el centro de las artes y del mundo se convirtiera en un verdadero ermitaño. ¿De qué huía?, ¿qué pasaba por la cabeza de un hombre que prefería la fría noche en un pueblo sin luz, perdido en los alrededores del valle del Elqui, en vez de las luminarias de los cafés de París o las festivas y coloridas calles de Roma? ¿Sergio Larraín era un enigma a descifrar?, se preguntó, y lo transformó en personaje Santiago Larrea, de una aclamada novela llamada “El fotógrafo de Dios”. (en Reseña de libros de esta edición)

¿Qué fue lo que te llamó la atención de Larraín?
-Quizá siempre he tenido simpatía por los ermitaños… primero estaba el tema de que habría inspirado a Julio Cortázar; “las babas…” es la historia de un fotógrafo franco chileno que toma una foto a la cual no le presta la importancia en su momento, pero cuando la amplía, se da cuenta que hay un tercer personaje que es como la historia de un abuso, entonces esa idea de la foto que él captura, me hizo sentido en la línea de que Larraín no logró encontrar una respuesta de lo que buscaba a partir de la fotografía. Me dio la sensación de que el mundo que le tocó reflejar a Larraín, era un mundo que a él no le gustaba, yo creo que se sentía colaborando a fortalecer el sistema y que eso lo hizo renegar de la fotografía. El partió haciendo las fotografías de Valparaíso o sobre los niños del Mapocho, y en esas fotos está la constatación de una injusticia social que él tampoco comparte, entonces en ese sentido el personaje de Cortázar, también refleja una realidad que al personaje le asusta.

¿Pudiste conocerlo personalmente?
-Tuve la oportunidad de ir a hacerle una entrevista a Tulahuen para participar de los talleres de yoga que él hacía y que duraban un fin de semana, pero surgió el tema de ir o no, porque según sabía no daba entrevistas, entonces era ir a la mala y hacerlo a escondidas, y no lo hice.

Santiago Larrea es el nombre del protagonista de Simonetti y el escritor se agarra de una experiencia de Larraín con el capo italiano: o que no está explicitado en la información que yo tenía es que el mafioso italiano no habría sabido que las fotografías iban a ser publicadas y eso habría generado algún tipo de desencuentro entre el capo y Larraín. Esa anécdota yo la tomo en la novela y lo desarrollo como que traspasó límites no permitidos -dice y agrega- también me llamó la atención que una de las fotografías que él tomó en Valparaíso donde aparecen dos hermanas bajando una escalera, prácticamente las tomó desde la puerta de lo que después sería mi casa y ahí aluciné. La foto la hizo en 1957 yo nací años después.

¿Por qué le llamas a tu novela el fotógrafo de Dios?
-Creo que él estaba en una búsqueda que no logró satisfacer en el mundo en el que estaba. Este retiro del mundo que había hecho en los 70, desde Magnum, él ya lo había hecho antes en alguna medida, porque cuando regresa a Estados Unidos, acababa de morir un hermano menor y eso lo había afectado mucho, eso le provocó el primer impulso de romper el mundo. La fotografía fue su pasión, pero lo hizo durante 20 años y creo que el shock debe haber sido muy grande. Yo creo que tiene que ver con el movimiento Arica, el allá había estudiando una filosofía, el estaba buscando una respuesta que no la encontró en la fotografía y que sí la pudo haber vislumbrado a través de la meditación, de trabajar un camino mucho más espiritual, algo que lo hiciera entender las cosas que le tocó vivir y ver. El buscaba no sé si a dios directamente, pero sí una respuesta. En el libro pongo la búsqueda espiritual (del personaje) cuando dice que tiene la foto de Dios. Me gustaría creer eso, de que Larraín fue a buscar un poco esa foto que no pudo tomar ni en Magnum ni en Valparaíso; una fotografía que pusiera las cosas en este mundo como él hubiera querido que estuvieran. Creo que a él le hubiera gustado hacer una foto del mundo que él proponía, en el fondo, él quería tomar la foto que nunca había podido tomar, el mundo tenía que cambiar para que tomara la foto que estaba buscando; se alejó del mundo, pero seguía tratando de despertar conciencia.

Su vida familiar

Su hijo Juan José Larraín (38 años) con quien compartió en solitario casi los últimos 40 años de su vida indicaba a un diario capitalino, todavía bajo el calor del padre recién ido, que su vida no fue fácil junto a él, que su rigurosidad y austeridad eran una carga muy pesada para un niño (tenía 5 años cuando se fueron juntos a Tulahuen); un niño que debía meditar todos los días, no tener televisión e ir al colegio, a la educación formal, por propia iniciativa. También entregaba detalles de su vestir siempre con ropas blancas, sin diseño, de comer lo necesario y de meditar incluso de noche, por horas.

Paz Hunneus por su parte, deslizó en una entrevista que Larraín la terminó echando de la casa para poder quedarse solo con su hijo. Ella vivió 22 años en Nueva York (ahora vive en Pirque) a donde se fue a vivir el hijo apenas cumplió los 18 años.

Cuentan que Larraín meditaba en un pequeño altillo, que pintaba paisajes, escribía sus inspirados libros y hacía yoga con un grupo de discípulos los segundos martes de cada mes en un gimnasio, que la fotografías que solía tomar eran de flores y paisajes; que en Ovalle lo conocían como “el maestro” y que le gustaba hablar con algunos vecinos a quienes les regalaba sus pinturas y libros. Sus hijos Gregoria y Juan José vivieron sus últimos años cerca de su casa, pero no con él, y Paz Hunneus nunca dejó de contactarlo. Estaban con él en ese febrero caluroso.

La obra y legado

Tras la muerte de Larraín, muchos se preguntaron cómo conocer su obra, fue así que al año siguiente, en julio de 2013 la agencia Magnun lanzan un libro que reúne 404 de sus fotografías, además de dibujos y ensayos además de una retrospectiva en el Festival de Arlés  bajo la curatoria de Agnés Sire, directora de la Fundación Cartier Bresson, donde se expusieron 150 fotografías (el archivo fotográfico de la agencia contaría con cerca de 5 mil). Esa muestra llegaría en 2014 a los salones del Museo de Bellas Artes, lo cual provocó expectación y gran afluencia de público.
En marzo de 2016 se dieron a conocer los fondos Corfo para cine vinculados a Larraín: «El rectángulo en la mano», un documental de José Luis Torres Leiva ( «El cielo, la tierra, la lluvia», «el viento sabe que vuelvo a casa») sobre los últimos momentos de la vida del fotógrafo. La otra producción es ficción bajo el sello de Gonzalo Justiniano,  basada en el libro «El fotógrafo de Dios».

Sus libros

A mis manos llegaron 5 libros que Larraín habría escrito, todos ellos de una profunda sabiduría, algunos vienen con claves, otros dedicados (como uno al pintor Adolfo Couve) otro fechado (1987). Aquí algunos extractos:

ALHAM DU LILAH (en manuscrito)
Esta pequeña joya de instrucciones para la vida
Funciona perfecto. Seguirla al pie de la letra.
Ofreciendo todo a dios.
Leerlo en grupo (a modo de instrucción al lector)
Reconciliación (en manuscrito)
Apoya tus alas en el aire.
Deja atrás tus dudas.
¡alza! El vuelo,…en esta mañana de luz.
-Limpia, primero,
Tu casa,
Elimina lo superfluo,
Deja lo necesario
Y lo hermoso solamente.
…pinta lo que está triste;
Un baño,
Agua de colonia,
Ropa limpia,
Pon flores,
…jazmín y azahar
Para que perfumen.
Más adelante se lee:
No recibas el diario,
Ni veas televisión, *
(es recuperación)
*mientras no sean sano, objetivos y positivos.
-Nuestro cuerpo está agobiado
Por lo que ha sido programado,
(y confundido)
Desde niño
¡son años!
Los que hay que recuperar .
(Volver a ser feliz toma algún tiempo)
Más adelante se lee:
Poco a poco
Te cambia la respiración,
Y empieza a volver el amor y la felicidad (que se te había ido).

Más adelante se lee:
En el trabajo,
Has las cosas lo mejor que puedas,
(empieza, así, a haber confianza, de unos por otros).
Al ver buena voluntad,
El amor nace.

En otro libro se lee:
-El cuaderno en las rodillas,
Lo que tu corazón desea,
Poniéndolo por escrito.
Escribe
a. Todo lo que amas
b. Lo que necesitas y deseas
c. Las posibilidades y recursos que tienes
d. Los problemas y dificultades.
A. Escribe todo lo que te nazca sobre cada uno de estos puntos.
B. Subraya lo importante
C. ordénalo por prioridades
D. Elimina lo superfluo
E. Cumple con lo posible ( lo más fácil primero)
Sigue en esto por unas semanas, meses…hasta que lo tenga claro (vas esbozando tu vida)
…(lo que tu corazón desea es lo que necesitas)
-Acepta el nivel en que estás, y desde ahí crece (escrito en mayúscula)
-cada uno en lo que más le gusta, ése es el orden…nadie obligado, o por susto (mayúscula)
Para finalizar diciendo: la vida no quiere vivir, si no es, para su felicidad completa.

Todas las imágenes de autoría de Sergio Larraín tienen el propósito de difusión periodística sin ningún ánimo de lucro.

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