Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga Ediciones

*Esta entrevista se realizó en julio de 2018

Habla con los ojos,  y su tono es dulce y a ratos fuerte y categórico. Cree en lo que cree, pero se abre paso a la duda, a la reflexión, al despojo de las certezas. Héctor Monsalve (48) es de la generación que creció con Enrique Lihn, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier y Parra vivos, sin embargo en sus inicios no los conoció del todo y pese a iniciarse con el tono racional de Anguita, se aprendió de memoria el único libro de poemas que tenía a su alcance, una colección de tapa roja que tenía clásicos y uno que otro verso contemporáneo.
Estudió periodismo, hizo la práctica en Apsi y hoy sus ingresos vienen de su carrera, pero haciendo asesorías a grandes empresas en gestión tecnológica de innovación. De sólo pensarlo le da pavor mezclar poesía con dinero, porque es casarse con el poder. No podría, dice, escribir si alguien le paga, es su trinchera de libertad, pero no cualquiera, su libertad espiritual, la de su alma.
Conversamos sobre en qué está la poesía hoy y remata la urgencia de dejar de sentir que todo parte desde uno: «Estamos en un momento en que se acabaron los trucos y hay que empezar a escribir de nuevo desde el corazón». También hace hincapié en la necesidad de profundizar en los textos más que seguir jugando con la estética del verso. Su último libro «Yo, héctor» lo lanzó en un teatro, nada tenían que ver esos gestos con su ego, sino con poner a la poesía de una vez por todas como protagonista central del escenario. Ese día varios poetas y músicos llenaron la sala, y según cuenta, se respiró una fiesta, la poesía podía deambular empoderada.

¿Cómo llegas a la poesía?
-Creo que a los 13 ó 14 años por una profesora que se llamaba Miss Horta…, nunca más supe de ella. Nos leía el libro «Corazón» y no terminaba los cuentos, porque se ponía a llorar y eso me emocionaba mucho. Ella me motivó a escribir. Antes yo escribía cuentos….era niño enfermizo y escribía y escribía y escribía. Me acuerdo de un poema que recuerdo que se llamaba algo así como “el niño poeta”, no sé exactamente, pero se trataba de un hombre que le preguntaba al niño poeta, cuál es la diferencia entre nosotros dos, y el niño le pregunta, ¿tú ves las estrellas? Sí, le dice él. Y ahora cierra los ojos, ¿las sigues viendo? Y el tipo le dice que no. Y el niño le dice: bueno, yo sí las sigo viendo. Ésa es la diferencia entre nosotros dos… Y después yo decía, ¡yo quiero ser ese niño!

¿Y después de ese click probaste a escribir otros géneros o profundizaste en ese camino?
-Siempre poesía, pero no tenía mucho acceso. Mi papá es muy buen lector, pero de novelas, siempre me pasa el último libro y todo eso, hasta hoy, pero poesía no. Lo único que tenía era un libro rojo, grande, con poesía clásica y me aprendí todos esos poemas…me los sé de memoria. “Yo la quería patrón, ella era buena, se lo juro yo…” Había poesía contemporáneo, pero no mucha, estaba la Alfonsina Storni, Víctor Domingo Silva. Pero uno más viejo descubre que no tuvo tanto acceso, no sé, cuando uno descubre a los 35 años que existe Ezra Pound, uno dice ¡¡Ahhh!! Yo no escribí nada, estaba todo escrito…

¿Y cuando estudiabas periodismo?
-Nunca fui amigo de poetas, siempre me rodié de gente diferente. Estuve en la Fundación Neruda y me tocó un buen taller donde estaban poetas que hoy son importantes, pero llegué con mis propuestas y poco conocimiento, jamás Rilke, jamás Teillier, aunque lo que sí me marcó mucho fue Eduardo Anguita, lo leí mucho. Bueno igual tuve acceso a Huidobro, Neruda, la Gabriela Mistral que hoy la encuentro lo mejor de Chile, pero en ese tiempo no leí lo mejor de ella.

¿Por qué la Mistral es la mejor de Chile?
-¡Es fascinante!. Por la fuerza y profundidad de su poesía, porque ella logra que sus poemas estén vivos. Su poesía tiene vigencia.

¿Por los temas que toca o la forma en que se relaciona con las palabras?
-Por algo mágico que tiene ella como que supiera colocar en los poemas emociones de una manera singular, y creo que ahí hay un secreto, poner la emoción en el poema y que el poema tenga esa fuerza. “He llevado una copa de una isla a otra isla sin despertar el agua”. Ella me da la impresión que habla de su arte poética, “triste fue mi aleluya”, ella dice tomé la poesía y la llevé de un lugar a otro, y no desperté el agua, o sea, lo hice bien, pero sacrifiqué mucho. Veo mucha potencia que es válida hoy día.

Uno visualiza al poeta como alguien muy conectado con sus emociones, y no necesariamente es así, hay clichés. ¿Cómo te vinculas tú con la poesía?
-Claro, Anguita por ejemplo es muy racional. Yo considero que entré a la poesía desde la emoción sobre todo, y lo extraño es eso, porque llego de lo racional que era Anguita o es cosa de leer a Enrique Lihn. Pero me pasan cosas en la vida que me van cambiando mi forma de escribir, de entenderla. Para mí es muy importante en la poesía, lo espiritual, lo metafísico, Humberto Diaz Casanueva, pero más allá, la que tiene que ver con lo humano desde lo espiritual, pero es difícil describirlo. Ahora que estuve en México, dije que me gustaba la metafísica y me dijeron, ¡sí, pero eres un metafísico encabronado! (risas). Lo que me interesa es despertar conciencia y eso es difícil, a veces se logra con una poesía muy inteligente y la respeto, pero también creo que hay una poesía que tiene que ver con los sentidos, con el sentir y no con el pensar, tiene que ver con la intuición. Quiero avanzar hacia allá. Creo que todos podemos escribir buena poesía si leemos buenos poetas y copiar fórmulas y adentrarnos en lo racional para escribir, hay trucos también que se aprenden con el tiempo.

¿Existe un profesionalismo poético en cuanto a aplicar ciertas técnicas que le son propias de la poesía? Estoy pensando en todos los tipos de versos que pueden escribirse y de los deber ser que aparecen al respecto.
-Desde mi punto de vista, la poesía es mucho oído, pero claro, también está el verso libre, aunque no te hace escaparte de una melodía, de un sonido. Creo que tiene que estar. En Chile están todas las cepas y hay cumbres en todas las maneras de escribir, lo que afuera no pasa mucho. Afuera todavía hay algo más intimista, desde el poema que tiene que ver con tu personalidad o tu vida íntima. Acá en Chile se ha roto, hay poesía que intenta romper con la poesía, que cuando ven melodía la cortan con querer. Creo que hay trucos para todo esto, pero ¡ojo! estamos en un momento en que se acabaron los trucos y hay que empezar a escribir de nuevo desde el corazón.

Conectar con la honestidad y no con impresionar al otro…
-Exacto. Hay técnicas, pero lo más complejo hoy día es la profundidad de los textos, es decir, que estés diciendo algo más que la forma en que lo dices.

En este sentido el uso de la metáfora por ejemplo ¿qué es para ti?
-Yo veo por ejemplo que Zurita no usa mucha metáfora, hay libros en que no hay metáfora. Si estamos en un país donde hay de todo, al ver los poetas importantes te vas guiando. En México conocí una poeta que se lama Kenia Cano y ella tenía metáforas inteligentes, metáforas que no te esperabas, bien elaboradas, entonces uno inmediatamente dice, ok, en realidad puede haber de todo, pero tiene que estar bien hecho. Es bien extraño que en Chile no haya discípulos, por ejemplo.


-Cada uno intenta escribir de nuevo y reinventar todo.

Tú que estás desde adentro del mundo poético, ¿por qué crees que es necesario matar a Neruda, matar a Huidobro, matar a Rojas, yo soy el poeta para seguir adelante…?
-Claro, lo que ocurre cuando joven es que empiezas a leer y sientes que el ritmo de Neruda por ejemplo ¡es muy fuerte!, y te lo quieres sacar de encima, te sacas ritmos, pero también se cae en algo donde se quiere construir siempre desde cero. Afuera hay un respeto por la poesía de Chile. En lo personal cada vez que siento que un poema funciona, que tengo un libro que funciona, trato de romperlo y de sentir que no puedo escribir de nuevo…es terrible, pero también ahí me siento vivo.

Versos lleno de interrogantes inspiradoras

Ha publicado tres libros y reeditó uno de ellos, Elena, y explica“Mis libros son todos diferentes, porque son reflexiones diferentes y cada una tiene su ritmo. El primero lo escribí muy joven, entre los 20 y 27 años (“Poemas reclinables”) y después dejé de escribir como 10 años. Cuando lo escribí eran otros tiempos, había cosas que no se podían decir en esa época y después con el tiempo sí se podían decir, entonces lo novedoso se perdía en ese sentido, era medio erótico. Pero ese libro me gusta porque fue súper libre, aunque tiene exceso de inteligencia, demasiado guiño, claro, estaba buscando fórmulas.

En cada página hay unos versos escritos sobre la página del poema principal, ¿cuál era la idea?
-Era búsqueda de formas, era un poema largo escondido, era como un laberinto, era la libertad de crear lo que yo quisiera, sin ningún intento de publicar algo para que le gustara a alguien, sino que me gustara a mí. Lo que intento en los siguientes libros es mantener el espíritu de innovar y de escribir lo que yo quiero escribir.

Después viene Elena…
-Elena es el libro que más me gusta. Logro ciertas sutilezas, escribir desde lo más profundo y con una fragilidad que me parece hermosa. Parte de una nota de diario que leí  «Mar devuelve cuerpo de mujer y nadie lo reclama», tomo esa nota en el periodo en que no estaba escribiendo, una decisión que tomé con la intención muy consciente de salirme de la poesía, porque sentía que no tenía contenido y me dije, tengo que vivir lo que vive todo humano, o sino, ¡qué voy a escribir! Y a los 5 años de eso encuentro esta nota de la página policial, y pienso en ese abandono terrible y me empiezo a imaginar a esta mujer e imaginar lo humano, ¿qué había detrás de una mujer u hombre abandonado?, una vida que pasa ¿y no pasa nada?, ¿se acabó no más? y quise describir a esta mujer.

Es un poemario en torno de Elena
-Sí, son versos enfocados en ella, qué pasaba con ella, en cómo habría sido de vieja, en su relación de pareja, ¡todo inventado!, pero también nace mi mundo femenino, mis mujeres cercanas, escribí sobre lo que podría ser. En esa época leí mucha novela policial, me metí en novelas negras, y con todo eso logré construirlo, ¡pero no logré descifrar el misterio!, si la había matado alguien, si fue ella misma que en el abandono se mató, si era una mujer desaparecida por la dictadura o si era una mujer maltratada por su esposo.

¿Reivindicas su existencia con el libro?
-Yo creo que rescato un poquito de vida, y con el tiempo fui descubriendo otras cosas, un poeta boliviano, Humberto Tino me dijo, ésta es una apología del abandono. Sin embargo, creo que Elena es un canto a cierto tipo de amor, un amor antiguo donde la mujer estaba dispuesta a amar pese a todo, aunque el hombre no la amara, que es una cosa machista, pero es una forma de enfrentar ese machismo, y es a la valentía de ese tipo de amor. Es un canto a la muerte de ese tipo de amor, que espero no siga existiendo, pero lo traté de mostrar: ¡mira de lo que eran capaces! Y como también es una visión de lo femenino para mi gusto, también hay un tema desde mí como hombre. Es mirar a la mujer más hermosa, a la mujer que no compara, que no sale a buscar, que vive en su casa y enfrenta todo desde ahí.
«Yo Héctor» a su vez, es un intento por primera vez de mirar desde mis certezas, no sé si está del todo conseguido, pero me meto en mí. Elena era un mirar desde afuera. Es un título horrible, busqué otro, pero eso es, eso es.

¿Y de qué nos habla?
-Es un viaje hacia a mí, a conocerme, a recordar de dónde vengo, a las sensibilidades que me movieron de niño, pero también es un viaje espiritual al Héctor que nunca voy a ser, al Héctor general que está antes que uno, es la comunicación con ese Héctor. Todos los que he sido y los que no voy a ser, hay poemas donde le pregunto: ¿qué vas a hacer cuando yo me muera si soy yo el que te conectó? Es salirme de mi, quedar vacío y ver qué pasaba.

Ese lanzamiento lo hiciste en un teatro
-En el Teatro Ictus. Estuvo hermoso, yo quería hacer un lanzamiento distinto, quería compartir con amigos poetas, y fueron varios que leyeron, acompañados por música en diferentes formatos y yo fui el que cerré con un poema acompañado por un músico, me rodié de amigos poetas que admiraba, fue festejar la poesía más que solo el libro, y fue en un teatro, porque los escenarios de la poesía son siempre bien disminuidos y lo puse en un lugar más protagónico. Hubo una exposición de fotografías sobre el libro también.
Mira, hoy estoy en las escuelas de poesía junto con Óscar Saaavedra y un grupo de poetas, pienso que la poesía tiene ir a todos lados. Ahora se va a realizar el primer festival de las escuelas de la poesía llevan poetas a los colegios o son los mismos niños que leen sus poemas, entonces hay un esfuerzo de que la poesía esté en todas partes, pero también tiene un movimiento que se llama descentralización poética, que busca llevar la poesía a todos los espacios, creo, y eso tiene que ver en cómo hice este lanzamiento, es que la poesía tiene que meterse en toda la sociedad, todos deberíamos ser poetas, ¡todos!

¿Por qué?
-Porque todos tienen que tener la sensibilidad de mirar, como decía Anguita, «el instante por primera vez», mirar todo. O sea, tenemos que enfrentar la vida más poéticamente, o desde la esencia, dejar de taparnos. En este país te sientas a una mesa y la mayoría está empastillada. Eso no pasaría si la gente estuviera mirando la esencia de las cosas diariamente, cuáles son sus reales necesidades, entonces pienso que la poesía debería traspasarse a todos los campos, médicos-poetas, políticos-poetas. Así como cuando uno habla de un país, Chile no es solo Zurita, hay mínimo 10 poetas importantes.

Te iba a preguntar precisamente quiénes son las voces de hoy…
-Soledad Fariña, Elvira Hernández, Carmen Berenger, Tomás Harris, Bruno Vidal, Diego Maqueira, Teresa Calderón. No se ven, es escondido y eso tiene que cambiar.

Pero tiene que ver como el poeta se relaciona con su poesía o es un problema de otra naturaleza, como la prensa…
-Hay una relación extraña con el poder. La gente no está viendo lo que es la poesía, se la enseñaron mal. Creo que hubo una época en que los poetas tenían una importancia mucha más fuerte en Chile, pero hay que pensar a futuro y eso tiene que ver con la forma en que se da a conocer. Afuera hay recitales de poesía, con recitales y público, y muchos poetas, lleno de ritmos, de formas, de imágenes distintas, ¡es maravilloso! La cosa puede ser diferente y creo que nada lo puede impedir salvo una cosa extraña que tiene que ver en cómo el poder mira la cultura y cómo los poetas se miran hacia mismos. Mi sueño es que se lea poesía en el Estadio Nacional, niños, adultos. Le haría tanto bien a la sociedad, más aún a una sociedad tan capitalista como la chilena. Hay un fenómeno de toda América Latina de compartir poesía, eso es interesante.

Se vende o no se vende poesía
-Eso es un tema de marketing, solamente. Si haces un buen marketing se va a vender, pero nadie lo hace.
Ahora la energía de Monsalve está en poder salir más afuera de Chile para escuchar más melodías poéticas, en distintos tonos, desde distintos colores, y dar a conocer su trabajo. También, concretar la publicación de «Yo, Héctor», en el extranjero.

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