Por Cristian Sarmiento
Canalizador espiritual
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En la edición del mes anterior, introducimos el concepto de empatía como un valor humano por esencia, que es transversal a diferentes áreas de nuestra existencia: desde lo cotidiano hasta lo espiritual o netamente profesional. Recapitulando, concluimos que hay dos senderos paralelos que recorremos todos los seres humanos: uno externo –asociado a talentos, vocaciones y su consecuente expresión-, y uno interno –relativo a la cultivación de actitudes, hábitos y valores que influencien positivamente los entornos-. En este último, la empatía es un tremendo canal de comunicación que permite que ambos impulsos puedan interactuar y crear diferentes aspectos de la realidad.
La Empatía no es sólo un estado, sino también un estilo de vivir o una actitud para acoger, compartir y expresar en diferentes aspectos de la realidad, desde la serenidad de una mascota hasta el profundo dolor de un alma sufriente. Es un nivel acumulativo en la consciencia, donde cada acción va cuajando un nuevo estado de presencia energética que se caracteriza por una mayor identificación, por lo que puedes aportar y compartir.
Aquí encontramos un interesante umbral, denominado “lo que puedes aportar y compartir”. En general, nuestra ocupación cotidiana está centrada en la supervivencia y en evitar que algo negativo nos pueda suceder. De ahí, que nos centremos excesivamente en tomar ciertos resguardos ante “calamidades” que la vida nos pueda presentar. Sabemos, como regla de la consciencia que “lo que mantienes en la mente tiende a manifestarse”, por ende, entre más preocupado vivas, aún más preocupado vivirás, salvo decidas tomar consciencia de estos sustratos de estrés, miedos y sustos para entregarlos a la divinidad o transformarlos en energía creativa.
Este aspecto se bloquea ante la duda, incertidumbre y frustración, pero es rebosante de placer ante el entusiasmo y la pasión. Por ello, resulta crucial investigar en profundidad las capas que obstaculizan nuestra capacidad de compartir y expresar.

Frases como “no sirvo para ello”, “no me siento cómodo”, “otro lo hace mejor que yo”, “mejor para otra oportunidad”, “te llamo si voy”, “si llego, llego” son excusas para enfrentar la magia de nuestro Ser, ancladas en viejas creencias ocultas por un disfraz autoimpuesto.
El temor bloquea la empatía desde variadas perspectivas. Por ejemplo, en Chile resulta muy interesante mirar la proliferación de diferentes tipos de protecciones energéticas. ¿De qué debemos protegernos? o ¿Por qué debemos protegernos? nacemos totalmente vulnerables sin saber caminar, comer y hablar y, así todo, la presencia de Dios dispone un hogar o una familia, para que un ser indefenso como un bebé pueda crecer.

Disfruta tomar conciencia
Pregúntate a ti mismo ¿De qué me estoy protegiendo? o ¿Estoy apegado al miedo que evito liberar este aspecto de la vida? Sé consciente de las diferentes formas que toma el miedo en capas de culpas, orgullos, rabias, vergüenzas, etc. Siente qué sensaciones aparecen en tu cuerpo al hacer esta investigación. ¡No analices por favor! Sólo observa cada percepción que despierta en tu ser y permite que cada expresión del temor acumulado esté presente sin ningún juicio hacia él ¡aunque te duela, permítele estar! Puede que el dolor se incremente, que las sensaciones comiencen a hormiguear o que sientas que explotas en llanto. Recuerda que cuerpo y mente son lo mismo, la mente es solo el espejo del cuerpo o viceversa. El miedo es sencillamente sufrimiento encubierto. Es tu sufrimiento que está esperando que lo abraces con tu atención y presencia. Ese miedo o temor, sólo quiere contarte que también es parte de la vida, es parte de todo lo que es. Sólo te pide que no lo rechaces, que te abras a él o, en términos sencillos, que empatices con él.

 

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