Sergio Ureta
Escritor – investigador científico
Médico cirujano-ginecólogo
Autor de los libros «Teoría de una Deidad Suprema», “El ser humano una secuela del Big Bang”, “Inteligencia humana”, “Astrología, una verdad basada en la evidencia”

Nicolás Copérnico

De Aristóteles (384-322 a.C.) se conoce una teoría cosmológica, que describía el universo como una gran esfera compuesta de estrellas fijas y por dentro los planetas, incluyendo el Sol y la Luna girando alrededor de la Tierra, aunque resulta curioso que otro griego Aristarco de Samos (310 a. C. 230 a. C.), aparte de hacer muchos cálculos astronómicos de certeza, planteó que el Sol era el centro del universo y no la Tierra, sin embargo, no hay testimonios gráficos de estos cálculos y no tuvo ninguna aceptación, porque lo “evidente” era ver la Tierra estaba quieta y los planetas girando, dicho sea de paso: planeta significa errante, por tanto desde aquella época, el Sol y la Luna eran considerados planetas, que es lo etimológicamente correcto.
Esta versión geocéntrica fue la más aceptada, aunque tenía algunas dificultades, los astrólogos (así se llamaban a los estudiosos de los astros hasta el siglo XVIII) debían ajustar teorías que incluso para ellos les resultaba poco convincentes.
Ptolomeo, otro griego que vivió en Alejandría (100-170) estableció una mejor teoría geocéntrica que perduró por 1500 años hasta Copérnico (nacido en Polonia, 1473-1543) que fue el primero en desarrollar una teoría heliocéntrica y que nunca publicó por temor a la Santa Inquisición.
Fue Galileo (1564-1642) quien la difundió, arriesgándose a ser quemado en la hoguera y como es sabido debió retractarse para no correr la misma suerte de Giordano Bruno, aunque de igual forma quedó con arresto domiciliario por el resto de su vida.
Según esta teoría heliocéntrica, aún se pensaba que los planetas describían movimientos circulares perfectos, ya que el universo tendría una creación divina. Aun así, esta teoría heliocéntrica, muy bien diseñada era aceptada por muy pocos científicos de la época.

Nacido es Suecia, fue el primer en reconocer una nova. Tras una discusión por temas matemáticos habría perdido parte de su nariz, y usaba una prótesis de oro y plata.

El astrólogo danés Tycho Brahe (1546-1601) considerado el más grande observador del cielo en el período anterior a la invención del telescopio, apreció que esas órbitas no eran tan circulares, creyendo que estaba equivocado nunca publicó estos hallazgos y fue su discípulo, el alemán Johannes Kepler (1571-1630) que, revisando estas observaciones, especialmente del planeta Marte, se dio cuenta que las órbitas eran elípticas, estableciendo sus leyes, reconocidas y aceptadas hasta ahora.
Era una época de conflicto entre científicos y una Iglesia que pretendía la hegemonía de su propia verdad, razón por la que, hasta mediados del siglo XVIII, pocos se atrevían a plantear una teoría que dejaba fuera a un Dios creador del ser humano en el centro del universo y menos sostener que el universo no era perfectamente circular.
A comienzos de ese siglo hace la aparición en Inglaterra el multifacético científico Isaac Newton (1642-1727) que en base a las publicaciones de Kepler determinó su famosa teoría de la gravitación universal, la cual explicaba en forma certera el movimiento de los planetas en el sistema solar, incluso que la Tierra debía ser achatada en lo polos por este efecto rotativo. Así, fue quien determinó científicamente que el universo tenía nada de circular.
Hasta mediados del siglo XVIII solo se conocía hasta Saturno, que eran apreciados a simple vista y que con el telescopio diseñado por Galileo y luego perfeccionado por Newton, sólo se habían descubierto lunas que giraban en torno a Júpiter y los anillos de Saturno. Este fue el primer argumento sólido, de que “no” todo giraba alrededor de la Tierra.
Hasta esa fecha incluyendo a Newton eran los astrólogos quienes visualizaban estos planetas y lo comparaban con las influencias que ejercían en humanos. Un contemporáneo y amigo de Newton, Edmund Halley, el descubridor del cometa que lleva su nombre y quién incentivó a Newton a que publicara sus descubrimientos, porque era reacio a hacerlo, fue un crítico de la astrología como se sigue conociendo hasta hoy, sin embargo, Newton le replicó que para entender este conocimiento debería estudiarlo durante largo tiempo.
Como señalé, en esa época la Santa Inquisición tenía mucho poder sobre los científicos y había prohibido el desarrollo de la astrología porque ésta manifestaba características que contravenía las influencias divinas, donde todos éramos hijos de Dios, por tanto, debíamos seguir las ordenanzas dictadas por la Iglesia.
Así lentamente los científicos dejaron de estudiar las influencias planetarias en los seres humanos, información que se guardó en escuelas herméticas, apareciendo los nuevos estudiosos de los astros (exclusivamente) los que se autodenominaron astrónomos.

William Herschel

William Herschel (1738 – 1822) destaca como el primer astrónomo, aunque otros consideran a Halley, lo cual no comparto, porque intentó desacreditar la astrología desde la ignorancia, la mayoría restante no tenía mayor conflicto con ella.
Herschell creó un gran telescopio con el cual, en 1781, descubre el octavo planeta del sistema solar, al que después de múltiples controversias se le asignó el nombre de Urano. Recordemos que el Sol y la Luna también eran planetas hasta ese instante y que todo el universo lo conformaba solo el sistema solar.

Demócrito

Aunque desde el siglo V a de C. se hablaba de una vía láctea, de la que se creía era leche derramada por la diosa Hera, Herschel se aventuró a plantear que esta vía láctea eran estrellas y que el sistema solar era parte ella. Logra también determinar en su conformación a centenares de estrellas. Otra curiosidad: Demócrito (460 a. C.-370 a. C.), ya había señalado que eso no era leche sino estrellas muy diminutas que generaban esa apariencia, lo cual nunca fue aceptado hasta que Galileo lo demostró con su telescopio.
Al crear telescopios cada vez mayores, Herschel tuvo la percepción que el universo era aún más grande y que incluso podrían haber otras galaxias, distintas a la vía láctea, tiempo en que los astrólogos definitivamente debieron ocultarse en escuelas herméticas, estudiando la influencia del sistema solar en los humanos.
El sistema solar constituye el “universo” (de influencia) humano y terrestre, y son los astrólogos quienes se circunscriben a este estudio exclusivamente, circunstancia que los separó definitivamente de los astrónomos que centraron su mirada en el estudio de todo el Universo y sus leyes, desconociendo (no les interesa) saber si los astros influyen -y cómo- en la humanidad.

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