Por Martín Hopenhayn
Filósofo 

No hay conocimiento más genuino que el que emerge de la dialéctica entre el espíritu científico y la búsqueda personal de sentido para la vida. Investigación y vida están allí para imantarse. Hecho con rigor, como lo hace Cecilia Montero en su reciente libro “De la Ciencia a la conciencia, un viaje interior”, infunde respeto y construye otra forma de legitimidad en lo que se dice. La voz de la autora crece, pues, con la lectura, a medida que este libro junta las piezas que resuenan entre sí: nuevos paradigmas del conocimiento humano, por un lado, y la apertura personal a la experiencia de vida que amplía las fronteras de la propia conciencia, por el otro. La primera frase que condensa la intención es clave: dar testimonio de una búsqueda personal de toda la vida, y en ello transitar por la cornisa que se desdobla hacia ambos lados: ciencia y conciencia, saber racional y camino espiritual, experiencia y elaboración de la experiencia.

La autora se inscribe en una trayectoria en que Chile tiene poderosos precedentes, tales como Claudio Naranjo y Francisco Varela. El camino incesante, de ida y vuelta, entre los nuevos caminos de la ciencia, la genealogía de nuestras determinaciones culturales y esquemas cognitivos, las tecnologías de la subjetividad y las posibilidades de expansión de la conciencia hacia esferas que en lo ordinario no suelen darse, finalmente es un camino que se juega en el cuerpo propio. Es allí donde se condensa la apuesta, a saber, en la experiencia vital y en cómo esta dialéctica ciencia-conciencia gatilla transformaciones en el modo de mirar el mundo, procesar conflictos, vivir las crisis personales y las globales, en fin, plantearse nuevas maneras de humanizar lo que nos rodea a micro y macro escala. En este riesgo y aventura el libro de Cecilia Montero funda su itinerario.

La revisión de paradigmas científicos y esquemas cognitivos que constituyen la primera parte de este libro es la parte del león nietzscheano: hay que desmistificar y mostrar lo limitado y prejuicioso en aquello que se proclama como verdadero. Allí nos encontramos con la deconstrucción del dualismo que en el racionalismo protomoderno separó el sujeto del mundo, y lo objetivo de lo subjetivo. Los reduccionismos y las parcelaciones que la ciencia operó durante siglos empiezan a desmoronarse en el siglo XX con los nuevos hallazgos y campos en la física, la biología y la psicología. Los cruces propios de la neurociencia o la medicina psicosomática o la biofísica son, tal como los ve la autora, los indicios de este desplazamiento.

Integrar es el nuevo imperativo de un conocimiento que podemos llamar holístico, sistémico, complejo. Hay que dejar atrás las pretensiones reduccionistas del racionalismo cartesiano, el causalismo newtoniano, el positivismo, el pensamiento lineal y mecanicista. Lo que se viene ahora es un bigbang epistemológico, donde la epistemología ya no es sólo cuestión de cómo conocer a ciencia cierta, sino de cómo se vincula el conocimiento verdadero con el modo de mirar y vivir en el mundo. En ese entramado se juega la apuesta de la autora. Lo que desafía, de inmediato, a volver a juntar lo que el racionalismo y cientificismo moderno separaron, a saber, ciencia e intuición.

La inflexión clave del libro para pasar de lo primero a lo segundo está en la expresión “liberarse de lo conocido.” Esta llamada es leitmotiv en los caminos espirituales. Implica un gesto de renuncia a los propios esquemas de autocomprensión e interpretación del mundo, y una apertura sin precedentes hacia otras formas de experiencia y conocimiento. A partir de este punto nos lleva la autora por un teatro mágico en que empiezan a desplegarse otros saberes: espirituales, misteriosos, no racionales, en conexión directa con otros estados de conciencia, transidos de sabiduría ancestral, vigentes y nutrientes.
¿Adónde llega finalmente este camino por el que transita la autora? Por supuesto, en ningún caso a una meta. Plantearlo así sería recaer en el dualismo del que se ha querido escapar en primera instancia, y Cecilia Montero huye del “logrismo”: lo importante, señala al final, es la totalidad del camino recorrido en que la persona se va transfigurando con el aprendizaje –“sólo me queda honrar a esas personas sucesivas que creí ser…y los personajes que fui dejando atrás para encontrarme en una tierra de nadie”-. Por eso Cecilia mantiene en pie la disposición al cuestionamiento con que ha partido: “No invito a nadie a abrazar nuevas creencias…todas las narrativas pertenecen al imaginario, a la mente, al pensamiento condicionado”, afirma hacia el final del viaje.

Ciencia y conciencia, testimonio e investigación, conocimiento y vida. De verdad que es un viaje. Y una invitación a emprenderlo, retomarlo, no abandonarlo.

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