Por Valeria Solís T.
Terapeuta energética Adaba. Escritora. Periodista UDP
Directora Mirada Maga Ediciones. IG @MiradaMaga

Una particular parsimonia es la que refleja el destacado cantautor chileno Eduardo Gatti si uno lo mira desde lejos. Pocos pueden imaginar que este hombre de mediana estatura, voy ronca y autor de canciones que han calado en el cancionero personal de muchos con melancolía y profundo sentimiento,  pese a su gran timidez de niño fue lo suficientemente inquieto (o valiente) como para tomar un barco carguero de salitre e ir a probar suerte a Europa; a apostar por la inestabilidad que daba la música en las primeras décadas, vivir en comunidad, querer ser parte de un grupo y después asumir que su carrera era de solista, casarse dos veces, tener cuatro hijos y en algunos momentos haber sufrido por subirse a los escenarios.
No hace públicas sus nuevas canciones, sino hasta el momento en que a él le hagan totalmente sentido. El basurero ha sido un compañero de rutinas creativas, a nuestro pesar; no le quita el sueño que las canciones más recientes sean menos conocidas que las de los ’70 y ’80, porque son otras cosas las que hoy le importan y disfruta. Hoy siente que está viviendo la tranquilidad que quizá desde siempre añoró: vive con Paulina, su mujer y compañera por más de 30 años; no le faltan escenarios donde poder cantar y compartir con el público los acordes que fluyen de su guitarra, y de vez en cuando comparte escenario con Manuel, el hijo que le ha seguido los pasos «tú verás» le dice él, y ríe. Además, nos da la primicia: tras diez años saca a fines de junio un nuevo disco, que se llama «Aquí en el barrio» (podrá ser descargado por Itunes).
En esta conversación, Eduardo Gatti no sólo nos devela la historia de un hombre que se ha hecho a sí mismo como persona y creador, sino además nos demuestra que el arte puede ser un gran compañero para sanar las heridas.

«Y si al cielo lo cambiaras
por toda la realidad
se que todo sería tan diferente

ya que la fe que tu has puesto
no se juega no se tranza
ni por un solo momento

es fogata que corre en tus venas,
es quizás tiempo gastado,
es un sol que llevas dentro
primero y sin segundo,
el amanecer de tu alma».

(extracto «El navegante»)

Leí que fuiste parte del grupo Arica, donde también estuvo Sergio Larraín (fotógrafo)
-Bueno, el Queco fue el que nos metió a nosotros, a Los Blops; él en esos años era muy amigo de Juan Pablo Orrego y nos recomendó que nos metiéramos…, en realidad, fue el puntapié final, porque nosotros ya veníamos de un trabajo de grupo que hacíamos en el Instituto de Sicología Aplicada, encabezado por Héctor Fernández, quien fue Presidente del Colegio de Sicólogos, y llegó un momento en que él conoce a Óscar Ichazo y disuelve el Instituto, porque estimó que el grupo Arica era mucho más integral que la sicología tradicional.

¿Y cuáles eran tus búsquedas previas que te hacen llegar al Instituto de Sicología?
-Lo que pasa es que Los Blops con el grupo Embrujo, en ese tiempo teníamos mucha relación, nos veíamos mucho, y Carlos Fernández (de Embrujo), con quien trabajo hasta el día de hoy en las grabaciones, era hijo de Héctor, y nos invitó a hacer estas terapias de grupo. En los encuentros cada uno iba sacando sus temores y pensamientos que, para nosotros que teníamos 20 años, ¡era una revelación darse cuenta que a quien tenías al frente vivía los mismos problemas tuyos!, sean estos de timidez, introversión, que era el caso mío, te liberaba y podías sentir “no soy el único”, ¡estamos todos en la misma!, y además podemos conversarlo.

Pero es bien excepcional en esos años…
-Te hablo del año ’70, y cuando apareció lo del Arica, a nosotros también nos hizo sentido ¡y estuvimos tres años!, con un trabajo muy, muy intenso. Lo que me gustó mucho es que había muy poca teoría, y todo el resto era práctica, como meditación, Tai Chi y otros ejercicios derivados de otras disciplinas, alineación de chakras; había una rutina de ejercicios muy rigurosos.

¿Y estas actividades eran una vez al mes, un fin de semana?
-No, se hacían durante la semana y, a veces, había sesiones de hasta 8 horas. Era realmente intenso, no siempre, pero cuando venía un training por ejemplo, que se hacía en verano, trabajábamos un mes entero 8 horas diarias, más los ejercicios que tú tenías que hacer por tu cuenta en las mañanas y en las noches. Nos reuníamos en La Reina, y éramos unas 30 ó 40 personas, de todas las edades, estatus, y profesiones.

¿De qué se hablaba o se enseñaba teóricamente, de temas espirituales?
-Principalmente el asunto era desprenderse de los prejuicios que uno traía, y vaciar la mente para llenarla con lo esencial, y no con tus pensamientos y asociaciones o juicios. Fue realmente muy, muy completo. Me gustó mucho haberlo hecho.

¿te ayudó en tu timidez? Considerando que además eras músico, ¿te dejó más tranquilo?
-Yo nunca he sido muy tranquilo (risas). Indudablemente que me ayudó, y te diría que sobre todo en el aspecto físico;recuerdo haber estado en un estado físico impecable, incluso una vez casi me atropella un auto: lo vi casi a dos metros ¡y pegué un salto que nunca supe cómo lo hice!, después me di cuenta que gracias al Tai Chi había hecho el movimiento exacto de sobrevivencia. Y lo otro es que te daba una serie de herramientas que las vas usando en el diario vivir y que quedan hasta el día de hoy.

¿Y esta búsqueda y práctica continuaron en el tiempo?
– Cuando nos salimos del Arica, fue principalmente por razones económicas; era muy caro, porque la sede matriz estaba en Estados Unidos y se cobraba en dólares, y en esos años era difícil, así es que al tercer training nos salimos. Después, siempre seguí leyendo cosas que me interesaban, mucho de Jung, budismo.

¿Y esta búsqueda se fue traduciendo en la música, te referías a esto en las canciones?
-Sí, indudablemente se proyectó en las canciones, en el sentido que si yo voy a publicar una canción, aunque le cantes a tres o cuatro personas, es un trabajo muy consciente para mí. Hay un trabajo de mucho respeto por la música también. Boto mucho material a la basura, sea escrito o musical, porque si no me convence, lo boto no más. Me han tentado mucho para que componga para una cosa u otra, pero a mí no me hace sentido. Esto es un oficio, y no soy de la idea de «veamos ahí qué pasa», además está todo lo del ego, que está asociado al artista; es muy desagradable todo eso.

En ese sentido ¿este camino también te ayudó a manejar el ego que es algo común en el mundo artístico?
-¡Sí, claro!, me ayudó mucho, mucho, pero tampoco quiero decir con esto que me haya liberado de mi ego, creo que todavía hay mucho por resolver; ahora el ego lo veo más como una herramienta que se puede emplear en distintas circunstancias, pero claramente no es la verdad, no eres tú. Es sólo la herramienta que necesitas usar en este mundo para poder sobrevivir.

EL TODO EN LA MÚSICA

¿Te consideras un trovador?
-Sí, un trovador; siempre me ha gustado la palabra, y además el estilo de los trovadores del siglo XIII y después también.

Es tu composición, tu voz y tu guitarra: dar un mensaje con pocos elementos.
-Me gusta eso, dar un mensaje con pocos elementos. De hecho la guitarra la trabajo mucho; todas mis actuaciones en vivo las hago solo con mi guitarra, trabajo mucho la parte musical en la guitarra, que dé un matiz muy amplio ése es el fin; igualmente para mí es tan importante la música como la letra.

¿Y surgen simultáneamente al momento de componer?
-Hago la música primero, siempre, porque es la que me dice en qué atmósfera o territorio me voy a mover; me da ciertas luces sobre de qué se va a tratar la canción.

Tu trayectoria musical es larga, ¿hubo momentos de mucha creación, producción con pausas, o siempre has ido componiendo?
-Siempre he sido lento, en el horóscopo chino soy búfalo (risas) soy lento, lento. No me para nadie, pero soy lento. Por ejemplo, el último disco que saqué fue hace diez años, y ahora a fines de junio sacaré recién otro. Y, las diez canciones que están en este nuevo disco son las que realmente me convencieron de todo este período que pasó. Se llama “Aquí en el barrio” (va a estar disponible en Portal Disc y en Itunes).

Pero en estos diez años me imagino que hubo muchas canciones…
-Otras las archivo también, es que como no dependo de tener un hit en la radio, me puedo dar el tiempo de componer tranquilo y de estar totalmente convencido de lo que quiero publicar.

¿Qué te ocurre cuando se te reconoce por las canciones emblemáticas y que forman parte de nuestro patrimonio musical como «Los momentos», «Quiero paz», «El navegante», y no con alguna canción más reciente?
-Creo que esas composiciones indudablemente fueron hechas en un momento de mucha creatividad y de mucho esfuerzo personal; estaba comenzando y además era mucho más joven, y hoy día las escucho y me sorprendo: “¡qué sencillo!”, y quedaron bien hechas. Entonces, para mí es un placer tener que cantarlas en mis presentaciones. “Los momentos” ¡es infaltable! Una vez un señor no me quería pagar porque no la canté; son cosas divertidas que pasan, pero al mismo tiempo, siempre canto canciones más nuevas… Por ejemplo, las canciones que hice para el disco de hace diez años, que pueden ser menos conocidas, el público ya las conoce, las canta en los conciertos; me las piden.

Hay público entonces, que siempre te acompaña en tus conciertos.
-Sí, se podría decir que hay un público cautivo en todas partes. El sábado por ejemplo, fui a cantar con mi hijo a Nogales, era en una especie de galpón grande, folclórico, y habían muchos huasos con sus señoras, y yo dije ¡chuta!; además me pusieron de plato de fondo, se tocó pura cueca antes que yo apareciera, y resulta que la gente se sabía las canciones y las corearon todas. A esta altura es bien transversal, pero es algo que ocurre ahora, porque la verdad es que me costó mucho.

¿Hasta qué punto ayudó el contexto social y político que coincide con tu juventud y tu creatividad musical?, porque hoy estamos con una industria debilitada, recién salió la ley del 20%…
-Es verdad lo que dices, pero a nosotros nunca nos dieron pelota; a Los Blops los medios nunca nos dieron pelota, y la verdad es que los discos que grabamos lo compró gente conocida, amigos, pero el público general… Muy poco. La gente recién supo de la canción «Los momentos» el año 1978 (fue compuesta en 1970) cuando la regrabamos con el apoyo de una multinacional que era RCA, y como tal la tiraron a las radios, y estos seguramente entendieron que tener una multinacional detrás significaba que sí se podía tocar. El régimen militar la encontraba medio sospechosa, pero la tocaron en todas partes y pasó.

Hubo una intención de RCA en ese minuto de rescatar otros artistas nacionales ¿no?
-Sí, hubo varios artistas, como «Congreso», «Los Jaivas», hubo además hartas publicaciones y la televisión agarró vuelo. Por ejemplo, «Sábados Gigantes» nos transformó en regalones y eso fue un tremendo apoyo.

¡También!
-¡Claro, y después como solista también! Era una cosa muy rara estar en ese programa, porque lo mío no era del formato, pero esa ventanita de 3 minutos que tenía ahí era mía, y en ese sentido estoy muy agradecido de Eduardo Domínguez que era el productor (posteriormente fue conocido como productor del programa de talentos “Rojo”) y de Antonio Menchaca, quizá era que a ellos les gustaban las canciones o le hacían sentido, o ¡no sé! Fue una muy buena vitrina. Estábamos muchos ahí.

¿Cómo surge tu carrera con Los Blops?
-Fue una coincidencia la verdad. En el año ’67, ’68, yo tenía otro grupo y cuando salí del colegio firmé un contrato con RCA donde estaba la Scotti Scott como productora artística; el grupo se llamaba “The apparition» e hicimos la versión en castellano de una canción que se hizo muy conocida, “When a man loves a woman”; fue un hit. Éramos unos cabros de 18 años y de repente estábamos en el auditorio de radio Cooperativa tocando cosas así, mucho rock y en inglés. Paralelamente en algunos festivales nos encontrábamos con Los Blops, que para mí era un grupo que hacía un rock muy especial, eran mucho más audaces en el repertorio, en inglés también; eran tremendamente interesantes. Y en el verano del ’69 me fui con mis padres a una casa que ellos tenían en Isla Negra, mi grupo se disolvió porque a todos los demás los obligaron a estudiar en la universidad y que se olvidaran de la música. Y bueno, supe que Los Blops veraneaban en Isla Negra también, y fui a la casa de ellos, toqué la puerta y les propuse que hiciéramos algo, y ellos alucinaron. Tocamos todo ese verano juntos en una ramada que había entre Isla Negra y el Quisco, se llenaba, se llenaba, ¡era increíble!, tocábamos casi todas las noches. Eso fue una muy buena escuela y además fue muy entretenido. Y como pololeo de verano, cada uno se fue con sus planes, yo me fui a Europa.

¿Ahí te vas Alemania?
-No, eso fue después, ahí me fui en un barco que llevaba salitre.

¿?
-Mi idea era ver qué estaba pasando allá, además mis abuelos vivían en París y tenía donde poder llegar, al menos. Partí el 1 de enero del ’70.

Entonces, cuando mucho tiempo después compusiste «El navegante»… ¡sabías perfectamente de qué estabas hablando!
-¡Claro! De hecho en esa canción están mezcladas las cosas, yo no quise que fuera un racconto musical de la película, sino que tuviera su propia vida. Y bueno, estuve un mes en el barco, me asignaron pintar; había que llegar con el barco pintado hasta Panamá y después…, si se llamara trabajar, en realidad nadie trabaja, es muy poco (risas). Se pasa muy bien en los barcos. Me integré mucho con la tripulación al punto que me invitaron a integrarme con ellos, me mandaban a Londres a hacer un curso por tres meses y después volvía al barco para ser parte de la oficialidad, pero no, finalmente ganó la música, a eso iba… No fue una decisión fácil, fue muy difícil.

¿En serio?
-Me enamoré del mar, ¡me enamoré!, nunca me mareé, nunca sentí miedo ni nada. Además que la oficialidad me integró, conversábamos, tocábamos guitarra, escuchábamos música.

¿Y qué pasó en París?
-Fue una desilusión, porque uno cree que va a llegar a ese mundo que te pintaban los Beatles, como que salías a la calle y te pasaban una flor (risas), toda una cosa romántica de los 21 años también, y no, la vida era dura, era complicada. Pero aproveché de ver grupos musicales que yo quería ver, como Pink Floyd, Procol Harom, Leonard Cohen, quien estaba recién empezando, y eso para mí fue una cosa tremenda. Y quizá, por esa mezcla entre desilusión y experiencia, compuse «Los momentos» en París.


-Primero hice la música, me hizo mucho sentido y me dije «¡aquí estoy creando por primera vez!», porque todo lo anterior era como parecido a Eric Clapton, los Rolling u otros. Ése fue el aprendizaje. La escribí, la memoricé, porque no habían radiocassette, y sentí que mi período había terminado; le escribí a Juan Pablo Orrego y le dije que quería volver a Chile y trabajar juntos. Me escribió una carta y me dijo «te esperamos con los brazos abiertos». Llegué como en septiembre y en unos tres meses sacamos nuestro primer disco, y estuvimos juntos tres años.

¿Y hacían presentaciones? eran los años de la unidad popular…
-Habían muchos espacios, además tuvimos el apoyo importante de Víctor Jara y Ángel Parra, ambos avalaron nuestro trabajo; hablaron mucho de nosotros siendo que ellos tenían una tendencia política muy clara y nosotros no, porque no nos interesaba tener una tendencia política. Para nosotros ellos dos ¡eran personalidades, eran grandes!.

También en esos años estuviste en el Conservatorio de la Chile.
-Sí, fue en esos años, nos metimos todos; entramos y nos salimos juntos. Nos salimos antes (del Golpe) porque nos aburrimos como ostras. Es que en esos años la música docta era tremendamente sectaria; la música popular era mirada en menos totalmente.

¿Eres autodidacta entonces?
-No; estudié música clásica durante cinco años, desde los 13 a los 18, con Arturo González, maravilloso profesor; era clásico pero totalmente abierto. Ese fue el gran apoyo y lo que me permitió hasta hoy vivir de la música, porque la técnica que me entregó en la guitarra es una base muy sólida.

TIEMPOS DIFÍCILES

¿Por qué se separan Los Blops?
-¡No teníamos ni un peso! No rendía. Realmente creo que es un mito que se ha armado ahora, pero éramos un grupo que no nos seguían más de 300 personas, pero llamábamos la atención de los músicos; les encantaba lo que hacíamos. Lo que pasaba era que por ejemplo los equipos que necesitábamos eran carísimos, entonces todo lo que trabajamos se iba para renovar equipos y cosas así. Lo que nos ayudó mucho es que en esos años comer era barato y vivíamos en comunidad, eso nos ayudó a sobrevivir bien.

¿Vivían en La Reina?
-Estuvimos en La Reina un año y medio, y después otro año y medio en Peñalolén. Vivíamos Los Blops con las parejas, hijos y amigos cercanos del grupo.

Y eso también era una apuesta con querer romper el sistema…
-Claro, absolutamente. Creo que fue una comunidad súper exitosa, en el sentido de que como estábamos en el Arica también. Se limpiaba todo, si habían contradicciones se conversaba todo; se hacía un círculo en la noche para conversar las diferencias y se solucionaban las cosas. Era muy entretenido también, aunque había mucha disciplina, porque habían hijos.

Y cuando se terminan Los Blops, ¿qué pasa?
-Se disuelve la comunidad; era julio del ’73, tres de Los Blops se van fuera de Chile, Juan Pablo se fue dos años después a Canadá y yo el ’76 me fui a Alemania, donde estuve un año y medio. Me fui con mi primera mujer y mi primer hijo que estaba recién nacido.

¿Y cómo fue la experiencia en Alemania?
-Dura, pero muy enriquecedora. Como yo estaba preparado como guitarrista me tocó la suerte que en Colonia no había guitarrista de guitarra clásica, y agarré mucho, mucho trabajo; me integré a un grupo de chilenos que ya eran exitosos allá, se llamaban “Santiago”, tocaban pop y una vez que trabajé con ellos hice muy buenos contactos. Después sobreviví como músico de estudio, me llamaban para el festival de Eurovisión, por ejemplo.

¿Y decides volver a Chile porque era difícil mantenerse allá?
-Es que hubo una crisis personal; mi mujer se vino a Chile, y ella estaba esperando a mi segunda hija. Me vine a Chile por mis hijos, porque allá tenía trabajo para poder quedarme, tenía todo, no ganaba mucha plata, pero me podía mantener perfectamente bien y tenía proyecciones. Por eso volví: no quería perder a mis hijos.

¿Qué pasó después?
-Fue la vuelta más horrorosa que me pudo haber pasado. Era el año ’77, con la DINA y toda esa lógica, un Chile raro. Hice clases de guitarra, arreglé refrigeradores, no me preguntes cómo (risas), era maestro chasquilla, vendí pescado; hice las cosas más raras del mundo hasta que llegó Juan Pablo Orrego desde Canadá y en enero del ’79 armamos Los Blops como un dúo, después se sumó un percusionista, Jaime Labarca. Y ahí regrabamos en diciembre del ’78 “Los momentos” en RCA, y empezamos a recibir ¡algo! por lo que hacíamos.

¿Y la lógica ahí fue aguantar hasta que resulte?, ¿cómo lo enfrentaste?
-No habían muchas proyecciones, pensábamos que lo único que podíamos hacer era mostrar nuestras canciones y componer otras nuevas, porque sabíamos que la difusión iba a ser limitada, había un techo insalvable. Sin embargo, pudimos salir fuera de Chile, estuvimos como tres meses en Ecuador lo que fue súper interesante, después Canadá y México, pero el año ’81 se acabó todo, porque era todo muy precario. Además que ya teníamos otros intereses, Juan Pablo quería dedicarse a la antropología, se quedó en México y yo regresé a Chile y comencé mi carrera como solista.


-Y ahí tuve mucho apoyo, todo lo que habíamos capitalizado con Los Blops me sirvió mucho: ya conocían mis canciones,además estaba en la televisión. Yo nunca me proyecté como solista, pero no pudimos.

Mirando hacia atrás, ¿cuándo fue el momento en que tú dices: «ese fue el minuto en que todo estaba funcionando bien», era todo como tú querías, o soñabas como músico?
-Eso que estás describiendo es ahora: el sentirme parado en mis dos pies, estar tranquilo, es ahora. Es cierto que tuve como un boom el año ’82, ’83, apareciendo mucho en radio también, hicimos recitales y llenábamos; en esa parte, muy bien, pero individualmente no estaba nada de bien. Antes de eso estuve metido en drogas, fue muy complicado, porque me hice muy adicto… Caí en la cocaína, el ’79 debe haber sido. En esos años estaba lleno de cocaína en todas partes, era impresionante.

¿Y cómo saliste de esa adicción?
-Como no quería que nadie se diera mucho cuenta, un día agarré un libro de siquiatría clínica y me leí todo lo que se hacía como tratamiento para las adicciones, y salía una lista de medicamentos que se requería y me fui a una farmacia, porque en esos años se comprobaba sin recetas medicas ni nada, y pedí los remedios y me tomé las dosis que correspondían según el libro. Cerré las persianas y me dediqué a tiritar y a sufrir. Estaba pesando 48 kilos y caché que me iba morir y dije «no más». Me encerré una semana para desintoxicarme.

¡Qué valiente!
-Fue difícil, pero era una decisión que había que tomar. Me salí totalmente del círculo en el que estaba, tenía que protegerme, y ahí conocí a Paulina, mi actual mujer con la que llevamos juntos 33 años: me cambió toda la vida. Ella es orientadora familiar y terapeuta alternativa.

Me desconcertaste con esa historia y claro, me hace más sentido que hoy sea el momento en que estás más pleno…
-Fue una época muy jodida, pero tenía la energía y un convencimiento de que había que salir. Nunca dejé de ir a una presentación ni nada, siempre fui muy responsable (con la música), pero ¡era cuesta arriba! Era un esfuerzo físico y mental. En realidad diría que a partir de los 50 años, hoy tengo 65, por primera vez sentí que es «ahora ya». Además hoy puedo vivir de la música, lo de antes era sobrevivir: vivíamos endeudados, tenía cuatro niños, pagando colegios…, pero desde los 50 como que se estabilizó la cosa. Hay trabajo y va a haber siempre.

Pero esa estabilidad de la que hablas ¿en qué se fue traduciendo?, ¿en poder hacer conciertos más seguidos?
-Podía hacer conciertos más seguidos y tener honorarios decentes. Además en la primera época muchas cosas las tenía que hacer gratis, porque me tenía que dar a conocer, y porque además este país es muy jodido, es un mercado muy chiquitito, y un gran éxito de venta de discos, era de 5 mil discos, y con esa cifra recién el sello podía cubrir los gastos de la grabación. ¡No ganabas nada a pesar que mis canciones sonaban en todas partes y se vendían cassettes como locos! Lo que recibía era una cifra ridícula, el derecho de autor no existía, lo tenía la Universidad de Chile, que lo usaba de caja chica. Si hubiera estado la SCD en esa época, nada más que con los derechos que se hubieran podido generar con la canción “Los momentos” me hubiera comprado mi casa, pero todavía tengo guardado un cheque de 300 pesos que me dio la Universidad de Chile por «Los momentos”.

Y hoy, ¿como vives de la música?
-Toco en todas partes, desde los lugares más extraños hasta un teatro regional.

¿Qué ha sido para tí que uno de tus hijos sea músico?
– Bueno…(risas) “tú verás po”, así le digo a él (risas). Él tiene un estilo pop en castellano, además es muy buen guitarrista, de hecho en este disco que lanzo en junio toca tres temas míos. También me acompaña en algunas actuaciones. Ha hecho unos videoclips bien buenos y ahora está preparando otro. Tiene unos negocios con su hermano que es ingeniero y ahí se las arreglan, pero no es fácil. Ahí se la juega por su grupo.

¿Tu opción de vender tu disco vía Internet a qué responde?
-Mando a hacer discos físicos que los uso para promoción, los llevo a los recitales, pero la gran bajada de las canciones está en Internet, sobre todo en Itunes, ¡es totalmente distinto el modelo!, es un modelo quizá más riesgoso, pero mucho más rentable a cómo era en un sello, ¡sin duda! Te pagan por canción descargada todos los meses, los sellos pagaban cuando querían. Y si tú no ibas, no te pagaban no más, además tampoco te rendían las ventas.

¿Qué opinas de las nuevas generaciones, los nuevos trovadores?
-Me ha tocado mucho compartir con ellos; me han invitado a conciertos: Manuel García, Gepe, Chinoy, Camila Moreno. Con Nano Stern hemos grabado juntos también, es muy buen músico, tremendo músico. Para mí es una generación entretenida, y el planteamiento que tienen es muy original, y muy sencillo, no es rebuscado, además son muy respetuosos de las raíces, cosa que en los ’90 no sucedía, fue muy ingrato. Entonces hoy, siento yo, que por primera vez tenemos perspectiva histórica de la música chilena.

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