Por Sergio Ureta
Médico ginecólogo, escritor científico

Para nadie es un misterio lo ocurrido durante el primer tiempo de nuestra era con Jesús “el Cristo” y sus seguidores para establecer sus fundamentos.
El Emperador Constantino, un pisciano nacido el 27 de febrero de 272 y fallecido el 337, por primera vez otorgó legitimidad al cristianismo en el Imperio romano. Esto fue esencial para la expansión de esta religión. El problema fue que para mantener la hegemonía de esta creencia, fue necesario establecerlo como un dogma incuestionable, donde los científicos debieron someterse a aquello. Incluso Ptolomeo pareció crear una teoría geocéntrica para explicar una creación divina del ser humano en la Tierra, como centro del universo. Y lo menciono así, porque la teoría heliocéntrica ya la había planteado Aristarco de Samos en el siglo III a. de C. y se sabe que Ptolomeo recopiló toda la información astronómica para editar su texto “Almagesto”, por tanto pudo estar influenciado por los poderes fácticos para crear una teoría que justificara la creación divina en el centro del Universo. Muestra de ello es que estableció unas figuras como los epiciclos para explicar los movimientos de Mercurio y Venus, que son muy burdos, sin embargo fue aceptado hasta que Copérnico (1473 – 1543) revisó el tema y se percató de los errores de Ptolomeo (que como señalé, perfectamente pudieron ser inducidos)
Dicho sea de paso, esta hegemonía se logró creando la Santa inquisición, la cual se constituyó en 1231, bajo el papado de Gregorio IX, y cuya misión fue la de procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía y cuya pena era la excomunión y a veces la incineración; dependiendo de la gravedad de esta infidelidad eclesiástica.
La Inquisición como entidad, fue creada para que la humanidad avanzara por el camino de la verdad espiritual, sin embargo hubo muchos intelectuales que se resistieron a aceptar muchos de estos dogmatismos, por lo que fueron perseguidos por los inquisidores. La historia nos señala algunos demasiado vehementes en el cumplimiento de este objetivo, al punto de estigmatizar negativamente a los no creyentes como el religioso español Tomás de Torquemada (1420-1498), a quien se le atribuyen muchas atrocidades cometidas en nombre de las Sagradas Escrituras.

Estos hechos orientaron a los científicos a renegar de la religión por su intransigencia, haciendo del agnosticismo y el ateísmo como la filosofía más imperante entre los más instruidos, lo que provocó la ruptura definitiva del conocimiento religioso con el científico, dicotomía que hasta hoy se mantiene (aunque algunos optimistas esotéricos vislumbran que por vía de la mecánica cuántica nuevamente podrían reencontrarse).
Ciencia y Religión establecieron caminos casi divergentes, perdiendo validez la aceptación del empirismo religioso y ganando adeptos la “verdad” de los hechos demostrados. Sin embargo, este nuevo poder del conocimiento demostrado, pasó a convertirse en una especie de nueva Inquisición, por supuesto con la fortaleza que le brindaban los diversos descubrimientos que parecían alejados de lo determinado como divino, desarrollando una capacidad natural para desacreditar con la “violencia” de la sabiduría, toda manifestación de ignorancia, porque todo “debería” tener una explicación, por tanto sólo debe ser creíble lo que se establece como lógico, dejando fuera todo aquello que no responda al método científico.
Y esto de “inquisitivo”, no tiene ninguna connotación peyorativa, sino por el contrario, ya que la ciencia tomó cada vez más fuerza en su validez desde el Renacimiento, debiendo enfrentarse con mucha cautela a los poderes fácticos, sin embargo logró validarse con la verdad científica, permitiendo adquirir un gran poder, lo que marcó el otro extremo, exigiendo normas propias para validar toda circunstancia, por lo que esta nueva intelectualidad comienza a cometer semejantes errores a la antigua Santa Inquisición, invalidando, incluso degradando, todo tipo de información que no pudiera ser demostrada, y en especial a otros conocimientos, que si bien existen, no pueden evaluarse con sus métodos, tal como la astrología.
Es preciso explicar que Copérnico no se atrevió a publicar su teoría heliocéntrica por temor a ser considerado hereje, en cambio Galileo que la publicitó tenía más influencia ante el Papa y logró salvarse por aquello, sin embargo igual fue excomulgado y quedó con arresto domiciliario de por vida (Fue recanonizado por Juan Pablo II). Así Galileo, defensor de esta teoría resulta ser el personaje emblemático en la definitiva ruptura de la Religión y la Ciencia. En el siglo XVI se confrontó el dogmatismo extremo expresado por algunos religiosos, lo que provocó la soberbia y arrogancia de muchos científicos que optaron por negar la fe.
Jesús señaló que: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, lo cual podríamos homologarlo al decir “La ciencia para los científicos y la fe para los religiosos”, sin embargo ambas son inherentes al ser humano, por tanto lejos de ser confrontacionales, debieran constituirse como un complemento. Por fortuna hay muchos religiosos y científicos que están conscientes de esta absurda división y están trabajando para esta necesaria reconciliación.

*Fracción extractada del libro “Inteligencia humana” del mismo autor.

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