Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga Ediciones. IG @MiradaMaga

*Esta entrevista se realizó en 2014

Viene llegando de Brasil y poco antes anduvo en Portugal como parte del elenco de la obra de Guillermo Calderón «Escuela»; unos días en Santiago y otros en Valparaíso para dar clases de actuación (hace 10 años se dedica a la docencia), y de nuevo se prepara a seguir la gira, esta vez a  Grecia y París. Así andan los días de la actriz y dramaturga Andrea Giadach que, aunque un poco cansada, no le quita el entusiasmo que le provoca el teatro, un oficio que va más allá de actuar.

Licenciada en Artes con mención en Actuación Teatral de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile y Diplomada en Filosofía Política en la misma Universidad, Andrea Giadach se ha desenvuelto con prestancia en más de quince obras de teatro entre las que muchos podran recordar «la lluvia de verano», «la cocinita»,  “Trizas, siete espejismos de una historia fragmentada” o «Demian», pero su inquietud fue más allá de la fuerza que impregnaba en cada una de sus actuaciones: tenía un tema personal del cual quería escribir, algo que no la dejaba tranquila desde niña. Su ascendencia palestina. Fue así que en una conversación con la actriz Lorena Ramírez, coincidieron en que ambas tenían familiares palestinos y así, en dos años nacería un unipersonal (interpretado por Ramírez) que conmovería al público nacional: «Mi mundo patria», una joyita que sería el comienzo de una dramaturgia que no termina. (La obra fue catalogada como mejor Ópera Prima por la critica especializada, e invitada a participar en los festivales “Santiago a Mil”, “Cielos del Infinito” y “Quilicura”, entre otros, realizando además una Itinerancia Nacional por el norte, centro y sur del país) Tiempo después, escribió junto a Alejandra Moffat “La Pobla Unión”, obra financiada por Iberescena (estreno en 2015) y recientemente nos sorprendió con la obra «Penélope ya no espera» (Catalina Saavedra y Lorena Ramírez), en una breve temporada en el GAM y próxima a un reestreno.

El comienzo de tu carrera está muy vinculada a nueva dramaturgia, nuevos directores, creaciones colectivas; ¿cómo ves esa etapa de actriz?

– Sí, muy actriz, poniéndome al servicio del director, muy trabajadora, disfrutando mucho el actuar, muy abierta a todo lo que me propusieran y generando cosas con mis compañeros de universidad; tuve la suerte de tener compañeros muy prendidos con respecto a lo que era el teatro. Creativos, inquietos, inteligentes, trabajadores. Cuando me llamó la Beatriz García Huidobro a formar parte del Teatro Educación aprendí mucho oficio, actué mucho; la experiencia de hacer dos obras al día, después ir a ensayar con otro grupo, volver a función, y actuar para estudiantes, niños y adolescentes es un desafío de las tablas, saber actuar frente a 500 adolescentes y defender lo que uno está haciendo es un gran desarrollo, uno sólo crece actuando.

Cuando partes, ¿sólo querías hacer teatro, o estabas también abierta a meterte al mundo audiovisual?

– Estaba centrada en las tablas, además que cuando yo estaba en la universidad no se veía muy bien esto de entrar a la televisión y el cine no estaba muy prendido tampoco (década del ’90) después eso fue creciendo harto y luego lo de la televisión la fui viendo como posible y compatible con actuar. En cine hice un cortometraje súper bonito que se llamaba “Aseo general”, y después desde la necesidad de hacer teatro empecé a escribir, a dirigir.

Pero antes de la etapa en la cual empiezas a escribir, a hacer dramaturgia, ¿cuáles obras te marcaron más por los desafíos que implicaban, o porque te gustaron más?

– La que más me marcó en términos actorales fue «La lluvia de verano» (2001, adaptación del libro de Marguerite Duras), aunque hay otras obras de las cuales me enamoré también, pero en términos actorales e ideológicos, la obra de la Aliocha de la Sotta me abrió un mundo de desarrollo.

¿En qué sentido?

– En la forma de actuar; ellos, Aliosha y Cristián Lagreze, venían llegando de Bélgica y nos plantearon todo el aprendizaje que ellos habían adquirido allá y eso significaba cómo trabajar el cuerpo del actor a nivel individual y grupal, pero también en cuanto a la ideología de la obra en el sentido de poder hablar de un tema contingente a partir de una obra y cómo todos los actores estábamos en función de ese discurso. Me pasó fuertemente el placer del actuar por actuar y el placer de generar un discurso en escena en conjunto y eso me abrió mucho la cabeza con respecto a lo que era el teatro.

En las obras «Edipo» y «La Cocinita» me llamó la atención el uso del cuerpo que manejas, entre la rigidez y la flexibilidad que terminan siendo un factor de comunicación más dentro de la obra.

– Es que el cuerpo está cruzado por el discurso, el cuerpo opera según el discurso y lo que tu llamas rigidez tiene que ver con la energía teatral, al mismo tiempo la flexibilidad, que es estar en escena en diálogo permanente con el otro y con la escena misma y dibujando ese personaje, ese cuerpo que es de otro, pero con el soporte que es el mío y eso es lo que pude desarrollar mucho con Aliocha y Cristián que tenía que ver con el trabajo físico; ellos traían una línea de Grotowski (director de teatro polaco) que habla del despojo en escena para que el impulso cruce el cuerpo, y desde ahí se amplía mucho el espectro de lo que uno puede hacer corporalmente.

¿Y qué empieza a pasar para que surja la necesidad de escribir y cambiarte de papel, desde actriz a dramaturga y directora?

– Sólo las ganas de hacer teatro y decir lo que quiero decir. Me junté con Lorena Ramírez, con quien fuimos compañeras en “La lluvia de verano” y en ese minuto no estábamos haciendo teatro, y dijimos: ¿entonces hagamos teatro?, ¿qué es lo que profundamente nos inquieta y queremos decir? Y bueno, ella es hija de una palestina y yo soy nieta de palestino, y las dos queríamos hablar de eso. A las dos nos había cruzado toda la vida lo de Palestina así es que la herramienta que teníamos era el teatro.

¿Y cuándo se empieza a gestar “Mi mundo patria”?

– Como el 2006, y en un principio las dos íbamos a escribir, pero al final escribí yo. Buscamos testimonios y claro, yo sabía que el tema de Palestina no le iba a importar a mucha gente en Chile entonces dije, ya, hay que abrir esto, y empecé a vincular los temas en común y dije, hay que hablar de la pérdida de la patria en la infancia y la reconstrucción de la identidad, que es un tema transversal a la condición humana. Tomamos tres testimonios distintos y yo hice la dramaturgia, y la Lorena pasa por esos tres relatos como un cuerpo, un soporte único que atraviesa todas las historias.

Y la idea de que fuera un unipersonal surgió espontáneamente, pensando que pudieron ser tres actrices distintas…

– Surgió espontáneamente, pero tenía su razón de ser; es un cuerpo, ya hay un discurso cuando es una sola actriz que pasa por los tres relatos, porque habla de que somos todos, de que yo soy el otro también. El cuerpo es un soporte vinculante de la experiencia, un cuerpo que puede ser de cualquier nacionalidad, entonces habla de lo universal del tema.

¿El sonido y la escenografía inteligentes abordada, cómo surgió?

– El sonido es relato, es un lugar, es contexto. Hay sonidos que también representan el mundo interno del personaje, que son el tambor y la barbuta, son elementos dialogantes como una extensión del personaje y la escenografía se bajó del concepto del mapamundi, y este espacio particular pasó a ser el dispositivo que guardaba los elementos de los personajes; por eso se abría y se usaba, pero también era el territorio. Cuando al final la Lorena desarma la estructura y la transforma en otra cosa, la convierte casi en una isla, que es Palestina.

Si bien recogiste testimonios para elaborar la obra, ¿hasta qué punto lo de Palestina era también tu propio grito?, ¿cómo se trasuntó en la escritura tu propia problemática?

– Yo tomé el testimonio de un hombre palestino que vive en Chile desde los 14 años de edad porque no tiene derecho al retorno, y ese testimonio es de todos los palestinos, por lo tanto a mí también me toca. Es particular, pero es irrefutable, porque es el testimonio de una vida, pero que le pertenece a todos los palestinos.

¿Cuál es el mensaje implícito en ese testimonio?

– Es el derecho a tener una patria como la tienen todos; es un derecho natural, ¿verdad?, si uno cree o no en una patria es un tema, pero si todas las personas viven en una patria, ¿por qué los palestinos no?, entonces estamos reclamando un derecho de igualdad. Y por otra parte se cuestiona qué es la patria. Esa necesidad de tener patria radica en cómo estás constituido como ser humano, tiene que ver con tu entorno y la relación con el otro. En el texto final, la obra dice: “hablar en tu idioma es patria, sacar una fruta de un árbol es patria, caminar por una calle es patria. Cuando no la tienes, cuando no la tienes… Patria es todo.”

¿Y después escribiste “Penélope ya no espera»?

– No, antes me pidieron que escribiera una obra sobre la primera vivienda social que se hizo en Chile, la población obrera de La Unión; la hice con Alejandra Moffat, ya está escrita y la tengo que montar, y después surgió “Penélope…”

¿Qué buscabas en esta nueva obra?

– Se refiere a la relación con el otro, lo que constituye nuestro presente, la idea es hablar sobre la relación de la interrelación intersubjetiva. Si en “Mi mundo patria» hablé de la alteridad, la otredad y de una persona que se mueve en el territorio, «Penélope…» habla de cómo dos personas de épocas distintas y que viven en un mismo territorio se encuentran. Entonces lo que se mueve es el tiempo y no el espacio. Y surge de cómo me abisma lo que es Internet, donde somos protagonistas y testigos de un cambio radical en las comunicaciones, y siempre me preguntaba dónde estaba el otro en todo esto y a partir de esto surgió la idea.

¿Cómo lo planteas?

– Pongo a una mujer de la época de la revolución de Balmaceda, en 1891, y otra mujer de 2040. Una mujer que resultó más difícil, porque cuesta imaginarse cómo llegará a ser todo. La mujer del pasado está en la utopía, en las ansias de salir, de conocer, ella es liberal aunque está casada con un conservador, pero la realidad de su época es atrapante y la mujer del futuro que sí tiene todas las posibilidad de salir y moverse, se encierra, porque está en el mundo de la red, es hacker y ciberactivista.

¿Y cómo se conectan las dos?

– Es muy simple, es un portal que se abre. La mujer del pasado cree que es un espíritu, porque en esa época las mujeres aristócratas hacían mucho espiritismo, porque empieza a escuchar y la mujer del futuro la escucha en el computador y después se convence que algo más allá está pasando.

¿Y en teatro, paralelamente, has estado actuando?

– Estoy haciendo “La pieza”, de la Josefina Dagorret, que ha itinerado por regiones; y estoy en gira afuera con Guillermo Calderón con la obra “Escuela”, donde me invitó a hacer un reemplazo.

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