Por Andrés Selamé

Estamos en la maloka, la casa de ceremonias, en la selva peruana, junto a José y Roger, nuestro maestro. Este último nos habla entusiasmado y alegre de nuestra escuela Nii Juinti, nos cuenta un episodio de unos de los niños que viven en la escuela desde marzo de este año, se llama Arbin y tiene diez años. Nos dice que hace unos días Arbin se acercó a Manuela, una muchacha dulce y guapa, shipiba como todos los que trabajan en la escuela. Ella está a cargo de la cocina, y el niño le pregunta si está casada. Ella le responde que no; Arbin le pregunta por qué y si se piensa casarse.Manuela le dice que no, y Arbin la mira y dice:»bueno, yo soy más pequeño, pero creceré pronto, si me esperas, nos podemos casar, cuando yo sea mas grande. Todos nos reímos emocionados.

A Arbin como a los otros niños, los conozco desde antes que ingresaran a la escuela, él es un gran jugador de fútbol, es fuerte y hábil con la pelota, recio. Manuela lo llama «Don Gato», sí, porque tiene una linda carita de gato y una estampa de señor mayor. Pero al comienzo Arbin era de poco hablar, apenas saludaba y casi siempre mantenía la mirada baja, estaba envuelto en un aire melancólico. Pero hoy, a meses de su formación, él puede y mira a los ojos, y cuando nos ve,corre nos abraza y saluda con alegría; sus ojos brillan con una luz que no pueda más que alegrar el corazón.

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El chamán Roger y la chamana mamá Ida acompañan a los niños y niñas a cultivar plantas medicinales.

Todo empezó hace muchos años cuando partí a la selva en busca de sanación. Quería y necesitaba superar el miedo, la tristeza, la depresión. Aquí conocí la planta maestra ayahuasca, ella me ayudó y levantó todos los velos: me mostró que mi cuerpo y mente estaban enfermos. Me dijo que debía quedarme junto a ella, que me sanaría, que ella colmaría de felicidad y amor mi corazón. Tenía miedo, pero era mayor mi fe.

Con el tiempo me hizo comprender que mi camino sería ardúo y maravilloso, que volvería a nacer, pero para eso tendría que aprender a ser el escultor de mi alma. Han pasado doce años desde ese primer encuentro. Han pasado ocho años desde que iniciamos esta aventura en la selva llamada Ani Nii Shobo, y hoy miro hacia atrás y lágrimas caen de mi ojos: de agradecimiento, de felicidad, de asombro. Qué dificil es poner en palabras lo que siente un corazón lleno de amor. Ganas de abrazar, de reír, de bailar, de cantar, de que la esperanza y el sol reinen en todos los corazones. Sí, como muchos otros que han caminado y caminan junto con la medicina de las plantas, yo soy testimonio vivo del poder, del milagro de la vida, que en mi caso, fue a través de la medicina ancestral del pueblo shipibo ubicado en la selva amazónica del Perú, en el brazo del río Ucayali.

La ayahuasca, plantas medicinales y maestras, hombres y mujeres medicina, y un corazón que busca vida y paz, han sido una receta que, inexorablemente, transforma la oscuridad en luz.

Canta, canta hermano, que tu canto es medicina, canta, canta, que cuando cantas el mundo se enciende, canto, canto de amor, canto que no es de este mundo, canto de un reino que palpita en tu corazón y no conoce imposibles.

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Niñas shipibas con atuendos típicos

Nii Juinti, es una escuela para niños de la Amazonía y el mundo, su nombre significa «corazón de la selva» en idioma shipibo, y opera desde hace dos meses. Los shipibos, como tanto otros pueblos del mundo, sólo saben sobrevivir. Ya no son los grandes pescadores y cazadores, los grandes navegantes del Ucayali, ni aquellos hombres y mujeres que vivían en plena armonía y con devoción hacia la naturaleza. Hoy, el pescado en estas costas fluviales escasea, así como los animales de monte. Los jóvenes shipibos no quieren vivir lejos de la ciudad, ni de facebook, ni de la televisión, ni de los malls; buscan un destino en un mundo material, de cemento, que les insinúa ilusiones de un mundo mejor. Olvidan la naturaleza, sus raíces, sus tradiciones, su medicina. Hoy, padres y madres shipibos encienden la luz de sus ojos cuando recuerdan su niñez, sus días de pesca, de juegos, sus antiguas vidas en esas pequeñas comunidades respirando selva y alegría; un mundo donde no existía el temor ni la preocupación. Los niños shipibos son hijos de esta desesperanza, de esta vida en cuyo horizonte el sol no alcanza a despuntar.

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Mamá Ida explicando el diseño de los telares tradicionales

Pero un día, un gran chamán tuvo una visión: esta medicina, este conocimiento no podía morir, y visualizó una escuela, donde los niños pudieran aprender, de la mano de sabios hombres y mujeres medicina, lo mejor de la tradición shipiba. Se llamaría Nii Juinti, corazón de la selva, un lugar donde poder cultivar el conocimiento, el amor por la tierra; un lugar donde volver a sembrar la esperanza en el corazón de los niños de la amazonía, del mundo. Para la naturaleza, la vida, el amor, no hay imposibles, Dios, comienzo y fin, la fuerza creadora. Una visión que mana de esa fuente inagotable como el Sol, que transforma la desesperanza en esperanza, las tinieblas en luz, la tristeza en alegría y el temor en amor.

El chamán se convierte en el gran árbol de la vida, en el tronco donde palpilta el corazón de la tierra. A sólo semanas de su apertura, la escuela brilla a través de diez niñas y niños shipibos, la esperanza ha retornado a esos ojos inocentes. Hoy somos testigos de que cuando seguimos el llamado del corazón, el milagro se hace en la tierra, la luz comienza a desvanecer el pasado y se abre un presente luminoso como el oro, que sólo conoce lo único que es real: el amor.

Más información sobre cómo apoyar esta iniciativa, visita y contacta:

niijuinti.org
facebook/niijuinti
catia.tuzzolino@niijuinti.org

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